San Juan, los ritos de fertilidad y las plantas

El carro de los novios de Iturgoyen

Las fotografías que acompañan este reportaje corresponden a la fiesta que todos los años, pocos días antes de San Juan, y en honor a San Adrián, se celebran en el pueblo de Iturgoyen, situado a pocos kilómetros de Estella, en plena sierra de Andía.

Fiesta desconocida para la mayoría de la gente, incluso en Navarra, y sobre la que no he encontrado documentación alguna, ni siquiera en autores como José María Iribarren o Julio Caro Baroja, que han dedicado parte de su vida a estudiar manifestaciones populares como ésta.

La ausencia de estudios y comunicaciones me impide profundizar en el significado de ésta manifestación festiva, que, sin lugar a dudas, entra dentro de antiguos ritos de fertilidad, a los que, junto con los vegetales y las enramadas dedico el texto del siguiente reportaje, en el que recojo hechos, anécdotas y costumbres que son pasado. De todo ello, sólo son actuales las fotografías, tomadas en junio del presente año 2005.


Después de comer junto a la ermita de San Adrián, bajo las hayas, cuando el caluroso sol empieza a declinar, Larraitz, ignorante del chapuzón que le aguarda, contempla cómo las mujeres del pueblo comienzan a engalanar el carro...

En la antigüedad, en las religiones matriarcales "campesinas" (pagus = campo, paganus = campesino), la mujer, encargada de cultivar y cuidar los huertos con sus plantas y flores, ejercía de sacerdotisa del culto a la Madre Tierra, a la cual, en forma de Diosa Madre y Diosa de las Cosechas le dedicaban fiestas sagradas para que cuidara de todos los fenómenos de los que dependía la cosecha y la protegiera de la furia de la naturaleza.

Contaba un sacerdote de Valcarlos, que yendo un día de paseo por el monte, a la puerta de un caserío vio cómo el dueño de la casa, arrodillado ante una torta de maíz, levantó varias veces los brazos hacia Oriente. El casero estaba realizando, sin saberlo, la ofrenda al sol de los pueblos antiguos, y cuando el cura le preguntó por qué hacía aquello, le contestó que "así lo había visto hacer a sus abuelos" (Iribarren).

Estas tradiciones, que se remontan a la noche de los tiempos, han perdurado hasta hace poco. En Vera (Navarra), por ejemplo, cuando siembran el maíz, en una parte de la pieza lo hacen en forma de cruz ("Cruz del Espíritu Santo") porque de ésta manera creen que para el día de San Juan habrá alcanzado gran desarrollo.

En Yanci, próximo al anterior, en éste día ofrecen al Santo las primicias del maíz, ofrenda que tiene un marcado aire pagano, y que a lo largo de los tiempos ha pasado de unas plantas a otras (El maíz es una planta americana, traída por Colón, e introducida a principios del XVI en el País Vasco de la mano de Gonzalo de Percaztegui, natural de Hernani).

...con ramas de haya, boj y rosas.

Éstos y otros ritos se efectuaban en las fechas del solsticio de verano, cuando la naturaleza, el hombre y las estrellas se disponían a celebrar una fiesta cargada de poder y magia, y era el momento oportuno de pedir por la fecundidad de la tierra y de los hombres.

Y la naturaleza correspondía: según el autor granadino Abu-Hamid, en el castillo sacro de aquella ciudad, que debía ocupar el mismo lugar que ahora ocupa la colegiata del Sacro Monte, había una cueva famosa por los grandes prodigios que ocurrían en ella. No lejos de esta cueva, en un cerro que ahora se llama de San Miguel el Alto, se conservaba una iglesia cristiana. En el atrio de esta iglesia había una fuente que, al despuntar el sol el día de San Juan, aumentaba considerablemente su caudal ante la admiración de cristianos y mahometanos.

Junto a la fuente había un olivo (la Torre del Aceituno recuerda su existencia) que desde que el sol salía hasta que se ponía, florecía y fructificaba viéndose nacer y crecer las olivas. La muchedumbre subía en romería, tomaba de aquel agua y cuantas más aceitunas podía, guardando lo uno y lo otro para sus remedios. La costumbre siguió hasta que los Omeyas prohibieron que se cogieran esas aceitunas milagrosas (Es de Granada, también, la costumbre, practicada hasta hace pocas décadas, de salir al alba de la mañana de San Juan a "ver la rueda de Santa Catalina", o pelea del sol contra la luna).

Dos jóvenes de parecida estampa, ataviados con pellizas de cabra y  sendos cencerros fabricados por el artesano del pueblo, son juñidos al carro de bueyes...

En la noche mágica de San Juan, en la cual la naturaleza celebra su particular fiesta, según tradición popular se abren las puertas del "otro lado del espejo": la naturaleza permite el acceso a grutas, castillos y palacios encantados; quedan libres las princesas y doncellas que se hallan cautivas por un ensalmo, maleficio o maldición; se oye el bramido de los dragones y otros seres fantásticos que habitan las profundidades de la tierra; pasean bajo la luna ninfas, hadas, gnomos, duendes, deidades y otros seres misteriosos; las plantas venenosas pierden su dañina propiedad y las plantas salutíferas multiplican sus virtudes; los tesoros afloran a la superficie de la tierra... Es entonces cuando andan los "siete caballos del diablo" que comen el trébol de cuatro hojas.

También se produce el fenómeno de fructificaciones y florecimientos de helechos. Planta que, como es sabido, carece de flores. En Extremadura, como en otras partes, creen en las virtudes del helecho macho cogido la noche de San Juan, cuya flor, que florece entre la sexta y la séptima campanada de las doce, hace invisible al que la posee, y por eso se afirma que hay grandes luchas entre los diablos y las hadas para apoderarse de ella. En el pueblo de Alía (Cáceres) solían ir a buscar la flor del helecho con una servilleta sin estrenar y dos velas encendidas. Si las velas se pagaban se perdía toda la posibilidad de encontrarla, lo que ocurría con mucha frecuencia, pero la gente no perdía la fe, sino que atribuía su mala suerte a que algún hechicero apagaba las velas.

En Yanci (Navarra) dicen que el helecho florece al sonar en la noche de San Juan las campanadas de las doce, ocasión que aprovechan las brujas recogiendo los granos (en realidad sus esporos) para hacer hechizos similares a los que entraban en las fórmulas que preparaba La Celestina, o "algunas vejezuelas endemoniadas" -en palabras del Doctor Laguna- que tienen convencida a la gente de que "la víspera de San Juan, en punto a la media noche florece y grana el helecho, y que si el hombre no se halla allí en aquel momento se cae su simiente y se pierde" Señala el Doctor que una vez acompañó "a cierta vieja lapidaria y barbuda, tras la cual iban otros muchos mancebos y cinco o seis doncelluelas malavisadas, de las cuales algunas volvieron dueñas a casa. Del resto no puedo testificar otra cosa sino que aquella madre, pasando por el helecho las manos, lo cual no nos era a nosotros lícito, nos daba descaradamente a entender que cogía cierta simiente como aquella de la mostaza, la cual a mi parecer se había llevado ella misma en la bolsa" (¡Y cómo que lo podrán! / Que dos doblones han hecho / más hechizos que el helecho / conjurado por San Juan", canta Martín en la Obra del pecador de Bartolomé Aparicio).

...y comienza el recorrido por las calles del pueblo, llevando en el carro a una pareja de recién casados.

En Larraun (Navarra), para destruir el helecho que nazca en los prados, dicen que hay que romperlo a palos poco antes de la madrugada de San Juan. Remedio que también da Plinio en su Historia Natural, pues dice que "El helecho se muere, y perece por dos años, si no le consienten echar la hoja. Y esto sucede eficacísimamente si sacuden con un báculo los ramos cuando echan pimpollos, porque el jugo que corre de esta planta, mata las raíces. Dicen también -señala-, que arrancadas cerca del Solsticio, no tornan a nacer".

En el pueblo de Blanes (Gerona) se creía que el que golpea con un bastón un helecho por San Juan y pone un pañuelo debajo, las "florecillas" que caen de la planta se convierten en monedas de oro. Esta creencia tiene semejanza con la recogida en Mayá (Gerona), donde decían que si la noche de San Juan se ponen granos de maíz en la ventana o balcón, a la mañana se encuentran tantos duros de oro como granos se han puesto, contándose casos de personas que se habían enriquecido de esta manera.

Donde la amplitud de las calles lo permite, los mozos que hacen el papel de bueyes, giran y sacuden el carro con la intención de darle vuelta. Antaño, cuando el pavimento era irregular y las ruedas del carro  "chillonas", con frecuencia acababan todos por el suelo.

Otra superstición muy generalizada, es la de que cogiendo una malva al rayar el sol de San Juan, la planta florecerá en la noche de Navidad, lo que demuestra la ligazón que existe entre las magias de ambos solsticios.
El trébol de cuatro hojas es otra planta que se recogía y recoge en San Juan, como nos recuerda la canción montañesa que tanto hemos cantado: "A coger el trébole, / el trébole, el trébole, / a coger el trébole / la noche de San Juan..."

También se recogen la albahaca, la valeriana y la ruda, plantas de olor penetrante y todas ellas mágicas: amorosas las dos primeras y contra las brujas y medicinal la última. "Con la yerbalán (corrupción de hierba de San Juan) y la ruda, no se muere criatura", nos dice un refrán recogido por Gonzalo Correas, "porque están seguras de brujas, según opinión de mujeres, si las cogen la mañana de San Juan". También nos trae este otro refrán: "Si no fuese por la ruda, no habría criatura", porque "dicen las mujeres que tiene virtud contra brujas que no entran adonde la hay, y la ponen en la cuna a los niños, y dicen que cantan este refrán las brujas en las danzas de sus juntas, y responde el cabrón: El orégano es bueno, el orégano es bueno".

Las hierbas de San Juan, como todas las hierbas mágicas, tienen dos clases de propiedades: unas hacen que las brujas las empleen en sus hechizos, y otras sirven para contrarrestarlos, a lo cual ayuda el bendecirlas, rito que tiene su origen en prácticas mágicas precristianas cuyo fin era el de asegurar las cosechas. Así, en los navarros Valcarlos y Aézcoa, cuando truena arrojan al fuego las plantas cogidas en San Juan para ahuyentar los efectos nocivos de la tormenta, y en los valles navarros de Araquil y Baztán aromatizan la casa con su humo para proteger de enfermedades a los animales domésticos.

Al llegar al frontón hay un breve descanso, en el que novios y "bueyes" bailan la jota.

En Aya (Guipúzcoa), durante las tormentas colocan brasas sobre un recipiente, arrojan sobre ellas las plantas bendecidas el día de San Juan, y mientras se queman las pasean por al casa sahumando todos sus rincones, con lo cual, dicen, queda bendecida la casa y protegida contra el rayo. En Vera, antes de que saliera el sol o al amanecer del día de San Juan, colocaban en la parte más alta de los terrenos una rama de espino blanco (elorri xuria).

En Oiz de Santesteban (Regata del Bidasoa), ese día llevaban las mujeres a la iglesia cruces de palo y ramas de laurel, que después de benditos colocaban en los campos labrados para preservarlos de plagas y tronadas. Esta costumbre tiene antigua tradición, pues el laurel siempre fue considerado como amuleto contra las tronadas, librando del rayo al que se cobija bajo sus ramas. Suetonio, por ejemplo, hablando del emperador Tiberio nos dice que temía mucho a la tempestad, y mientras duraba ceñía en la cabeza una corona de laurel, "fundado en la creencia vulgar de que la hoja de laurel protege contra el rayo".

En los valles navarros de Aezcoa, Larraun y Baztán usan para este fin una rama de espino albar (elorri xuria) y otra de chopo blanco (ostazuri). En el Baztán también hacen enramadas de espino y fresno; y muy al sur de Navarra, en Corella, las hacían de cerezo.

Acabado el descanso, la comitiva continúa, subiendo las empinadas cuestas...

Pero no sólo contra los maleficios y las fuerzas de la naturaleza se utilizaban las hierbas: en pueblos pirenaicos como Sarroca de Bellera, la persona que tenía verrugas era llevada con los ojos vendados a un lugar donde hubiera hierba. Al salir el sol se le quitaba la venda, y las verrugas se le iban al frotarse con la primera hierba que encontrase. En otros lugares, sin tanto misterio desaparecían las verrugas al frotarlas con flores de la hierba de San Juan. En el valle de Larraun (Navarra) guardan su ceniza para curar los granos de los niños.

Una de las manifestaciones peculiares del día de San Juan la constituye el rito que emplean para la curación de la hernia infantil, pasando a los niños raquíticos y herniados a través de árboles rajados, procedimiento universal que Frankowski incluye entre los que denomina ritos de paso.

En Alemania utilizan para este fin cerezos y robles. En Sos emplean los encinos, en la montaña de Navarra el roble, y en la Ribera los alberchigales.

...ayudada por los vecinos...

Son muchos los lugares donde se practicaba, pero donde este viejo rito se conservaba en toda su pureza y se practicaba con mayor aparato y solemnidad era en Lobera de Onsella, pueblo cercano a Sos y a la muga navarra. En dicho pueblo (tomo el relato de Iribarren) hay un antiguo bosque sagrado, cercado por una vieja tapia de piedra y lleno de robles frondosos. Cerca de él se alza una ermita dedicada al Bautista. La víspera de San Juan se abren a hachazos tantos robles jóvenes como sean los enfermos que calculan han de acudir, y por la noche encienden una gran fogata ante el pórtico de la ermita.

Ya desde el atardecer se han reunido en ésta los enfermos, y puede verse el presbiterio lleno de niños adolecidos que duermen en montón sobre el suelo en espera de la medianoche, hora mágica en que desciende al bosque la virtud sobrenatural.

A las doce en punto, el párroco, revestido de sobrepelliz, entona una Salve a San Juan, lo que resulta tan chocante como "rezar una Salve al Credo". La Salve es cantada por todo el pueblo que llena la reducida ermita.
Acto seguido, los concurrentes se trasladan en romería al bosque, y a la luz de faroles de carro comienzan las operaciones de curación.

Los enfermos, niños en su mayoría, son desnudados completamente para que el rito logre mayor virtud.
Dos hombres mantienen bien abierta la hendidura del árbol. A un lado de ella se coloca el Pedro que lleva al niño en brazos. Pedro, después de santiguarse "en el nombre de la Santísima Trinidad", lo entrega a Juan, que lo devuelve, de manera que el paso por la rama se efectúe tres veces, repitiendo cada una de ellas la fórmula mágica tradicional:

- Tómalo, Juan.
- Dámelo, Pedro.
- Roto te lo doy.
- Sano te lo devuelvo.

Luego proceden a ligar los dos brazos del árbol, vendándolos muy fuertemente y cubriendo con barro la herida.

El poder mágico del bosque se extingue con los primeros rayos del sol.

...ante unos "bueyes" que, a veces, se hacen los remolones...

Otra planta muy utilizada era el muérdago, planta parasitaria siempre verde cuyos frutos son unas bayas de color blanco rosado y a la que se atribuyen propiedades fecundantes, la cual se daba en Campoo a las vacas que pierden la cría, para que limpien y puedan quedar preñadas de nuevo.

También en los ritos funerarios tienen su aplicación las hierbas de San Juan. En Otazu (Alava) queman flores de saúco bendecidas el día de San Juan en la habitación de la persona recién muerta. En Ataun (Guipúzcoa) es el cadáver el que se lava con una infusión de hierbas y flores de San Juan, y en Ciga (Navarra) es la almohada en que va apoyada la cabeza del muerto la que tiene que estar llena de hierba bendita por San Juan (belarrona)
Otra planta misteriosa de la «Sanjuanada» es el lino. En los pueblos de la alta Extremadura, como Granadilla, Ahigal y Gargantilla, las muchachas iban a los campos de madrugada, restregando al salir el sol su cabeza por un linar, en la creencia de que iban a obtener hermosas crenchas en poco tiempo. Relacionado con esta creencia, en Valcarlos (Navarra), la noche del 23 de junio, antes de retirarse a dormir colocaban una piedra ancha sobre el rescoldo de la hoguera. Los chiquillos, creyendo que por la noche bajaba allí el Señor San Juan a peinarse (curiosa interferencia del mito de las lamias) acudían muy de mañana a recoger los cabellos blancos que se le hubiesen caído al Bautista, y que alguna anciana se encargaría de colocar.

...mientras siguen intentando dar vuelta al carro.

En el siglo XVIII el Padre Feijoo nos cuenta que «En muchos países atribuye la plebe grandes virtudes a las hierbas recogidas la noche de San Juan. Yo, siendo niño, -nos dice- las vi recoger con mucho cuidado, y usar de su sahumerio para disipar las tempestades. Esta es por lo menos una simpleza rústica, que acaso en muchos declina a la superstición".

Grandes virtudes se les atribuía en Galicia, particularmente a las hierbas olorosas, a las flores y ramos de nogal ("nogueira"), a la "herba de Nosa Señora" (matricaria), al roble ("carballo"), castaño, saúco y romero, de las que se hacen manojos que se dejan macerar en agua al sereno de la noche de San Juan, para lavarse al día siguiente con esa agua.

En algunos lugares hay que esperar a la media noche para recoger las hierbas medicinales, porque ése es el momento en que San Juan les echa su bendición para que tengan virtud.

De entre todas ellas, la flor de saúco es la que se considera como más llena de virtudes ("La flor del sabuco, madre, / ya la tengo recogida, / del sereno de San Juan, / que sirve de medicina"), y junto con otras plantas se suele tener colgada en la ventana hasta poco antes de que salga el sol, porque  se cree que en ese momento adquiere grandes virtudes curativas.

Al llegar al pilón que hay encima del pueblo, el novio es el primero en probar las frescas aguas...

En ésta madrugada fantástica, las mozas que buscando pretendiente beben los vientos de algún mozo, y los mozos que dudan de la fidelidad de las que se dejan cortejar, preguntan a las plantas por el pretendiente más seguro o la muchacha más fiel, colocando para ello pequeñas ramas verdes debajo de la cama, a las que dan respectivamente el nombre propio o el de la persona amada, pensando que aquella que amanezca florecida será la que lleve el nombre de quien sienta amor verdadero. Las muchachas, al colocar las plantas pronuncian esta oración: "Señor Jesús de mi vida, / primo del Señor San Juan, / destas varas que aquí pongo, / la de flor ¿cual será? / Si mi novio me quisiere / cubre su vara de flor / y que florezca la mía / si es que le quisiere yo".

En Extremadura y en otros muchos lugares, por la víspera los mozos y mozas cogen flores de cardo silvestre, le queman las estrías y ponen tantas flores como pretendientes tienen (las chicas) o mozas que sientan por ellos alguna inclinación (los chicos). Con cintas de colores (En Mérida con alpaca, en Valverde y Benquerencia con lana, en Montehermoso con las ligas de la muchacha, y en Galisteo con los ataderos del moño) atan papeles con los nombres de las personas sobre las que alberguen dudas, colocándolo todo bajo la cama. El cardo que la mañana de San Juan parece haber florecido más, indica el nombre de la persona cuyo amor es más seguro. Las mozas que no tienen pretendientes, hacen un ramito de nueve flores diferentes, lo meten bajo la almohada adjudicando cada flor a un posible amor, y al ver la que florece sacan sus augurios. En otros lugares, para averiguar el nombre bastaba con arrojar debajo de la cama siete habas en las que se grababan las iniciales de los siete muchachos preferidos, y será el novio aquel cuyo nombre figure en la primera haba que la moza coja cuando despierte.

...que a juzgar por el mohín de la moza, no deben resultar muy agradables.

Conviene señalar que la flor del cardo silvestre ha sido entre los vascos, catalanes y otros muchos pueblos europeos, símbolo del sol. Esa planta se coloca el día de San Juan en las puertas de las casas, lugar en el que permanece todo el año protegiéndolas de las brujas (una de sus ocupaciones esta noche es la de repartir las moscas que durante el verano llegarán a cada casa), espíritus malignos y enfermedades. La gente de los pueblos explica las virtudes de éste amuleto, pensando unos que los espíritus dañinos que pretenden entrar en la casa quedan sujetos a las espinas de la flor; otros dicen que las brujas se entretienen contando los pelillos, labor en que les sorprende la madrugada. La ruda también se cree que, recogida por San Juan, tiene esas mismas propiedades contra las brujas

Pero es la verbena, planta sagrada por excelencia entre los latinos, los griegos y los celtas, la que más notoriedad ha alcanzado. Tanta, que el apelativo de "verbena" aplicado a las fiestas nocturnas procede de la costumbre que tenían las mozas casaderas de recoger esa planta la noche de la víspera de San Juan, creyendo que con ello conseguirían el amor deseado ("Al que coja la verbena / la noche de San Juan, / no le pica la culebra / ni bicho que haga mal. / A coger la verbena / cuando la zorra madruga; / el que borracho se acuesta  / con agua se desayuna", cantaban en Cantabria, mientras que el verso que oí a mi padre decía así: "Ya sale el sol de los lobos, / cuando la zorra madruga; / el que mucho vino bebe, / con agua se desayuna").

Entonces se forma una especie de adicción, y las personas mojadas son las que más colaboran en llevar gente al pilón.

"Que no cogeré ya verbena / la mañana de San Juan, / pues mis amores se van", dice un estribillo del siglo XV. Y una composición anónima del XVII dice: "A coger la verde grama / la mañana de San Juan, / va la niña con afán / dejando la muelle cama. / Con la flor de la verbena / que ayer tarde te compré, / dice el doctor que encontré / el remedio de tu pena. / Mira tú si bien hicimos / ir a cogerla temprano, / pues se nos vino a la mano / lo que ha tanto que pedimos. / Ay San Juan, San Juan, / que a coger tu verbena / las niñas van". O esta otra que muestra cierto desconocimiento botánico o escasez: "La verdad en los hombres, / la verbena en los montes, / perdido se ha".

Nada tiene de extraño que en esa práctica de coger plantas la madrugada de San Juan surgieran amores, pues los elementos vegetación, amor y fiestas se complementan, y los vegetales pasan a ser símbolos amorosos y los amores símbolos del esplendor vegetal, de manera que para los héroes y heroínas populares los amores y aventuras solían comenzar en la "Sanjuanada".

Se ve que una vez empapados, poca impresión les pueden dar unas gotas más.

Dice el escritor anglo-español Blanco White, que el «exclusivo regocijo de esta noche es "flirtation", o, según la expresión andaluza, "pelar la pava". Empieza esta actividad -nos dice- a partir del momento en que en el puro cielo solsticial aparece la primera estrella. Entonces los hombres comienzan a recorrer las calles en grupos mixtos, alborotando y hablando en voz alta con extremada libertad. Por su parte, las jóvenes procuran que sus madres se acuesten y duerman a hora conveniente y, entonces, bajan sin meter ruido a la planta baja de las casas, iniciándose en las rejas el coloquio, que, unas veces es base de noviazgo; pero otras no. Un hombre embozado o vestido de modo que no es el suyo corrientemente, se acerca a la reja a medianoche y la muchacha, acompañada a veces por una hermanilla o una muchacha de confianza, comienza el discreteo; la conversación toma un aire fingido y cada cual asume un papel, sobre todo si no hay un compromiso amoroso previamente establecido. El galán finge ser, a veces, un labrador recién llegado del campo, otras un oficial mecánico, otras un extranjero o un gallego de habla casi ininteligible. Pero su ficción debe ir acompañada de obsequios: de papelillos cargados de dulces. Dentro de esta licencia, las clases sociales no se mezclan y las damas que se prestan al "flirt" —concluye Blanco— se hallan seguras de que no habrá ningún caso de «intrusion and impertinence».

Por esta época las barcas del Guadalquivir y del Ebro, en las que las parejas salían de fiesta, también aparecían enramadas durante la Sanjuanada ("Las olas del Ebro, /  llenas de oro van / en la noche alegre /  del señor San Juan. / Barcos enramados / de verde arrayán, / rompen en el Ebro / líquido cristal. / Abundan las damas / que en la puente están, / en la noche alegre /  del señor San Juan").

Algunas, como Larraitz, se lo toman con buen humor, aunque, como lo prueban sus ropas, no estaba preparada para el baño...

En la comedia de Lope de Vega (¡Que os dé Dios mal San Juan! es corriente en éste autor) titulada La noche de San Juan, doña Blanca dice: "¡Ay noche, que siempre en ti / libra amor sus esperanzas, / corre, que si no le alcanzas / no queda remedio en mí! /  Apresura el negro coche / donde las mías están; / ya que fuiste de San Juan, / que es la más pública noche".

Dentro de estas costumbres amorosas está la de aplicar filtros, realizar ritos, o colocar plantas y flores (enramadas) en la vivienda de la mujer deseada ("Ya colocamos el ramo / a la moza de mis sueños, / mañana, cuando despierte, / se acordará de su dueño").

Las enramadas, en esa noche de amoríos, servían para que las mozas conocieran el nombre o el oficio del futuro novio ("San Juan Bautista, / sol de los soles, / déjame ver / al hombre de mis amores"). En Alcozar y en otros muchos pueblos, a primera hora de la noche los mozos iban en cuadrillas a cortar ramas para colocar enramadas a las mozas, ocasión que los novios aprovechaban para lucirse incluyendo en los ramos, flores, frutos, galletas, caramelos... En Palencia se intercambiaban coplillas: los mozos entonaban: "Cantares, te cantaré / ponerte el ramo no puedo, / que están los años muy malos / y me costará el dinero". A lo que replicaban las mozas: "El ramo me pusiste / Dios te lo pague. / Me rompiste más, tejas / que el ramo vale". Seguían los mozos describiendo poéticamente el cuerpo de la amada.
Cuando la chica era antipática, se lo hacían notar colocando en su ventana o balcón cardos silvestres. Pero cuando la moza era muy simpática, encontraba varias enramadas en su casa, lo que, en caso de tener novio, con frecuencia era motivo de reyertas y enfrentamientos. Las enramadas eran, también, la ocasión de descubrir noviazgos ocultos (enramadas con frutos o dulces) o rupturas no conocidas (cardos en las ventanas de la ex novia).

...el cual, al formar parte de los ritos de fecundidad y fertilidad, es "tomado" sólo por mujeres.

En Asturias los jóvenes colocan en las casas de las novias un árbol (fresno o roble), el «ramu», para que el santo eche la bendición sobre ellas. Luego cantan: "Mañanita de San Juan, / madruga, niña, temprano, / a entregar el corazón / al galán que puso el ramo". También en Asturias (Caravia) "los mozos colocan a la puerta de las casas de sus novias un ramo muy grande de álamo adornado con rosas y cintas de seda y ocultos entre las hojas ponen nidos de rosquillas; después recorren el pueblo cantando y atravesando en los caminos los carros, los arados, las portillas de las fincas, y hacen otras cuantas bromas de buen género.» «La víspera de San Pedro vuelven los mozos a enramar las puertas, pero esta vez con ramas de fresno» (Caro Baroja).

En Santander, los mozos, al hacer la ronda, dejan flores y ramitas verdes con cintas azules y blancas en las casas de las chicas guapas. Donde las feas dejan ortigas, cenizas, espinas y hojas de higuera. Donde las viudas jóvenes, ramos de sauce y musgos.
En Alosno, según el árbol que se utilizaba se indicaba distintos grados de aprecio, de acuerdo con estos versos:

"Por pero te quiero, / pino te estimo; / nogal te quiero más; / álamo te amo, / jara haragana, / adelfa, gitana".

Viendo éstas imágenes, no extraña que hace cuarenta y cincuenta años los recién casados abandonaran por estas fechas el pueblo para no ser objeto de estos frescos ritos.

En Lesaca (Navarra) se conservó hasta mediados del siglo XX la costumbre de colocar el llamado "árbol de San Juan" ante la casa de la muchacha más guapa de cada barrio. Costumbre muy extendida en la montaña navarra, que, como en Yanci, hasta fechas recientes colocaban el árbol delante de la basílica de San Juan  (en otros pueblos en la plaza o en el frontón) y ante las casas de las muchachas más agraciadas del pueblo. Árbol que con frecuencia era sustraído a su dueño, el cual no podía reclamarlo.

En Vera de Bidasoa, hasta finalizar el siglo XIX colocaban el árbol en la plaza del Ayuntamiento, sobre él un muñeco de paja, y colgando de las ramas aparecían berzas y hortalizas. Al pié del árbol colocaban una barca de las que utilizaban en el Bidasoa, todo lo cual lo quitaban al día siguiente de San Juan (Como en otra ocasión se verá, entre el "árbol de San Juan" y "el mayo" hay una estrecha relación).

En Navarra, esta arraigada costumbre de colocar árboles y ramos se debía prestar a excesos, motivo por el cual en las Ordenanzas de Pamplona de 1772 "se prohíbe absolutamente a los cargos de Hermandad o Cofradía y a todos los demás vecinos, habitantes o moradores, hacer en las puertas de sus casas enramadas de pinos, yerbas ni otra cosa", so pena de cargar "con todas las costas y daños que resultaren de la contravención y de dos ducados aplicados en la forma ordinaria".

Y la Ley 33 de las Cortes navarras de 1795 castiga "con un mes de trabajos en Obras Públicas y 20 reales fuertes de multa... a los que enraman o ensucian las puertas, ventanas o paredes con cosas o yerbas ofensivas, estiércol y otras inmundicias".

Bien empapados, el regreso a la plaza lo hacen a través de caminos...

Trae Gonzalo Correas el refrán "Porrilla de Santibáñez (Santibáñez = Sant Iban = San Juan), si te diere no te ensañes". Llaman santibaña —aclara—, o porrilla de Santibáñez, "a un manojo de juncia hecho como una maza y nudo gordo al cabo, conque se dan unos a otros el día de San Juan, en burla y juego, y no se han de enojar, porque lo pide la fiesta y costumbre".

Estas porras y porrillas tienen una antigua significación mágica, y han servido para expulsar a los espíritus malignos antes de que el golpeamiento quedara sólo en broma. Al que le golpeaban no sólo no le hacían un mal, sino que le beneficiaban, como se cree que le benefician al que se golpea en Carnaval.

El día de San Juan eran permitidas las burlas y nadie se debía de incomodar por ellas. «Juanearse» en Aragón ha quedado como sinónimo de bromearse y burlarse, y de aquí ha resultado también que el nombre de San Juan, en España, ha quedado como el del prototipo de la bondad, de la paciencia y hasta de la tonta debilidad.
La práctica típica de Carnaval de atar a la cola de perros y gatos ciertos objetos la señaló también el día de San Juan, don Basilio Sebastián de Castellanos, entre los «españoles del Pirineo y de la antigua Navarra», de los que dice que ataban especialmente a la cola de los gatos unos cencerros. Relacionó esta práctica con la que existía en otras partes de arrojar a las clásicas hogueras que se encienden la noche de la víspera, algunos animales, y sobre todo gatos.

Que la noche de San Juan era también noche de burlas, se desprende de lo que dice Leoncio en El Hamete de Toledo, de Lope: "Bien dice, haya chacota / que en noche de San Juan /  todo se sufre"

...en el que no faltan los animales que en otra época tiraban del carro.

Para finalizar, y relacionado con las fotografías de este reportaje, traigo la siguiente cita de La villana de Getafe, en la que Pascuala, alabando al mozo Hernando, hace una descripción de las gracias aldeanas varoniles: "Media de punto, zapato / de cordobán, de telilla / jubón, cuello de vainilla / a quien no es el rostro ingrato; / grigüesco y saya de raja, / sombrero y cordón de seda; / pues gracias ¿quién hay que pueda / llevar a Hernando ventaja / en saltar, correr, danzar, /  llevar un carro enramado /  Por Santiago el Verde al prado?". De esta cita se deduce que en Madrid, a fines del siglo XVI y comienzos del siguiente, durante la fiesta de Santiago el Verde, en un soto arbolado, junto al río, las gentes se reunían en carros adornados con ramas y flores, y el galanteo era ocupación principal" (Caro Baroja).

La fiesta, conservada por mujeres y jóvenes, parece que no va con los hombres maduros, los cuales, en curiosa procesión, se dirigen a las proximidades de la fuente Ziliturri, desde la que se domina un paisaje cautivador.

(Nota 1).- Relacionado con la fertilidad, y aunque me salgo ligeramente de la línea de este reportaje, no me resisto a exponer un hecho curioso: el día de San Juan suben en Longás a la ermita que llaman de Santo Domingo, y terminada la ceremonia religiosa se trasladan a la cueva llamada del Santo, en la cual el alcalde ordena al alguacil que rompa un trozo de peña, el cual, dividido en pequeños trozos, es repartido entre los concurrentes. La misma ceremonia tiene lugar en la ermita de la Magdalena, jurisdicción de Pintano, aunque aquí son los mozos y mozas los que buscan las piedras de la cueva que se abre cerca del santuario.

Quizá se trate, en ambos casos, de una reminiscencia del culto a piedras fecundantes o fálicas, de las muchas que quedan en el Pirineo y que eran adoradas antiguamente como símbolos de la generación. Como dice Violant, "El culto a las piedras o rocas era tan corriente entre los habitantes de las comarcas del Pirineo, que mereció repetidos anatemas por parte de la Iglesia, mediante la autoridad de los Concilios del siglo V hasta el XI, como lo prueba el de Nantes (año 658), pues todas las religiones respetaron el culto fálico, excepto la cristiana"

Agosto de 2005

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© Javier Hermoso de Mendoza