San Juan (II)
Hogueras en la noche

Si las fiestas del solsticio se celebran entre tres y cuatro días después de que haya pasado, permitirme que en este reportaje incluya fotografías de la hoguera con la que cada 28 de junio honran a San Pedro los vecinos del barrio homónimo.

Nada tiene de particular este desfase, pues los elementos que han caracterizado a las fiestas de San Juan también estaban presentes en todas las fiestas que se celebraban de Pascuas a San Pedro.


El la pequeña isleta de gravas que forma el Ega a su paso por Estella, los vecinos de San Pedro, sin saberlo, ofrecen una perfecta relación entre los dos elementos que caracterizan la fiesta de San Juan: el fuego y el agua.

De las antiguas tradiciones que perviven, la de encender hogueras la víspera de San Juan es la que se mantiene con más fuerza y de forma más generalizada. Algunos pueblos, desde la más remota antigüedad la han conservado sin solución de continuidad. Otros, los más, la han reintroducido, o han ideado nuevos ritos con los que pretenden recrear el pasado a la vez que hacen de la fiesta un atractivo turístico destinado, en algún caso, al consumo de masas.


Vista desde el oeste. La imagen del Sol preside la pira de madera.

La hoguera, probablemente, es el elemento más antiguo de la fiesta, sea ésta religiosa o profana, esté destinada a simple reunión y diversión, o forme parte de la relación del hombre con el cosmos y la divinidad.

La razón es muy sencilla: el fuego fue el mayor hallazgo del hombre, y gracias a él podía calentarse, defenderse, mejorar su alimentación, fabricar sus útiles cerámicos y metálicos, ofrecer sacrificios, iluminarse, etc.


En esta imagen, tomada desde el Este, se observa la expectación que despierta la hoguera, con las orillas y el puente de San Martín lleno de gente.

Por eso, muchos historiadores despojan a las hogueras de significado y las reducen a mera funcionalidad y utilitarismo, señalando que el fuego era el elemento necesario para que el ser humano viera y se calentara en sus reuniones nocturnas. Pero siendo eso cierto, a través de la costumbre, los mitos y la historia ha llegado hasta nosotros una potente relación del fuego con el más allá, y la evidencia de que se utilizaba para purificar y regenerar al individuo y a la colectividad.

Según el gran pensador rumano Mircea Elialde, en las ceremonias rituales celebradas en torno al fuego se da "una combustión, una anulación de los pecados y de las faltas del individuo y de la comunidad en su conjunto, y no una simple purificación", pues "la regeneración es, como lo indica su nombre, un nuevo nacimiento".


¿Se parecería la fragua de Hefestos a la de la ferrería Mirandaola de Legazpia?

Los mitos griegos asocian el fuego al nacimiento de la especie humana. Según lo recoge la mitología griega, el dios Prometeo (el que prevee) recibió el encargo de crear la vida en la Tierra, para lo cual formó al hombre de barro, y con ayuda de Atenea le insufló vida. Y para diferenciarlo de los atributos que tenían los animales le otorgó la capacidad de caminar erguido, de pensar, de hablar, de utilizar las manos para realizar trabajos, de comer carne, de defraudar los impuestos...

Le enseñó arquitectura, astronomía, matemáticas, navegación, medicina, metalurgia y otras artes, y para que pudiera alcanzar su destino le proveyó del fuego que robó en el Olimpo de la fragua del dios Hefestos, sacándolo a hurtadillas en forma de carbón al rojo vivo que ocultó en la médula de una caña.


Prometeo desciende del Cielo con el fuego que entregará a los hombres

La Tierra se llenó de luminarias, y temeroso Zeus del poder que iba adquiriendo el hombre, se propuso hacerlo desaparecer mediante un diluvio, a lo que Prometeo se opuso. Irritado con él al saber que no sólo desoía sus deseos, sino que había entregado el fuego a los hombres, ordenó encadenarlo a una columna en las montañas del Cáucaso, y envió contra él un buitre que durante el día le comía su hígado inmortal, el cual se reproducía durante la noche.

En esta situación estuvo durante cientos o miles de años, hasta que el centauro Quirón, herido sin posible curación, se presentó voluntario para sustituirlo y, de esa manera, con la liberación de Prometeo lograr la reconciliación entre el hombre y los dioses. Para ello Heracles, autorizado por Zeus, invocando a Apolo Cazador atravesó el corazón del buitre, y alcanzada su liberación Prometeo le enseñó la manera de conseguir las manzanas de oro del jardín de las Hespérides.


Ilustración de una kilis (copa griega). A la izquierda vemos a Atlas, condenado a sostener el mundo sobre sus hombros. A la derecha, un buitre devora el hígado de Prometeo.

Pero Zeus, que debía ser algo rencoroso, para que Prometeo recordara su castigo y siguiese pareciendo un prisionero, le obligó a llevar en el dedo un anillo hecho con la cadena, y engastado con una piedra caucasiana, así como una guirnalda de sauce sobre los hombros. De aquí radica el origen de la guirnalda y del primer anillo engastado que conoció la historia.


Otra imagen de la pira. Ésta, tomada desde el otro lado del puente.

Si tan importante era el fuego, considerado como un pequeño sol en la tierra que participaba de las virtudes del astro rey, no lo era menos su manifestación a través de las hogueras, las cuales, como señalé en mi anterior reportaje, durante el solsticio de invierno se encendían para que el sol recobrara su vigor y volviera a crecer, y durante el solsticio de verano con ellas se buscaba darle apoyo para que su vigor no mermara.

La iglesia, que tiene explicación para todo y ha cristianizado las celebraciones y costumbres paganas, dice que las hogueras de San Juan comenzaron cuando Zacarías subió al monte y encendió un gran fuego para comunicar el nacimiento de Juan el Bautista.

Pero lo cierto es que muchos miles de años antes de la era cristiana, los pueblos indo-europeos, adoradores del Sol, con sacrificios le rogaban que el año fuera fructífero, y los sacerdotes celtas (Druidas), en el festival al que llamaban Alban Heruin, el cual asociaban al amor y a rituales destinados a obtener pareja o a conservarla, encendían hogueras por cuyas llamas pasaban personas y animales para que el fuego los purificase y los defendiera de las enfermedades.

Costumbre que también la tenían los romanos, como lo relata Ovidio en los Fastos ("Encended los fuegos; haced pasar vuestros miembros generosos a través de los montones de paja crepitante... Por las llamas saltaron los ganados y los labradores"), y que hasta hace poco se ha mantenido en Galicia y en otras regiones del norte de España.


Al dar las campanadas de las 22 horas, se enciende la hoguera.

Más abajo, en la Etruria, al pié del monte Soracte había un santuario dedicado a la diosa Feronia, en cuyo altar los ciudadanos de los alrededores ofrendaban las primicias de las cosechas. Todos los años, los miembros de la familia Hipi Sorani (lobos de Soranus, nombre, como Soracte, relacionado con el sol) caminaban descalzos sobre las brasas de la hoguera, lo que causaba admiración en la gente y motivó que el Senado romano los eximiera del servicio militar.

No han tenido tanta suerte los habitantes de San Pedro Manrique (Soria), los cuales, en la víspera de San Juan celebran un rito heredero e igual al de aquellos antiguos romanos: hacen una gran hoguera, y solos, o con una persona montada  ("a colcoles", decimos en Estella) a la espalda, caminan descalzos sobre las brasas de una hoguera que alcanza el metro y medio de longitud.

De una u otra manera el ritual del fuego estaba extendido por toda Europa: los griegos encendían hogueras purificadoras en honor del dios Apolo, los romanos hacían lo mismo en honor de Minerva, y algo parecido se daba en todos los pueblos antiguos.

Como dice Guéranger referido a épocas posteriores, "Apenas los últimos rayos del sol poniente se apagaban, cuando, por todo el mundo, inmensas columnas de llamas surgían de todas las cimas de las montañas y, en un instante, toda ciudad, pueblo o aldea se iluminaba", y las gentes, recogiendo antiguas creencias, afirmaban que saltando por encima de las hogueras y aspirando su humo se podía conseguir la curación de ciertas enfermedades, la preservación de maleficios, la protección de animales dañinos, y la garantía de un matrimonio próximo.

No es extraño, pues, que San Agustín las fustigara, ni que San Eloy dijera a sus feligreses: "No creáis en las hogueras y no os sentéis cantando, porque todas estas prácticas son obra del Demonio. No os reunáis en los solsticios, y que ninguno de vosotros dance, ni salte, ni cante canciones diabólicas en el día de la fiesta de San Juan, ni de otro santo".


Cueva de Zugarramurdi, recorrida por la regata del Infierno (Infernuko erreka), y con una calera en su interior.

Pero no todo eran hogueras: con gran energía la gente organizaba procesiones con antorchas; colinas abajo y a través de los campos echaba a rodar ruedas ardiendo; subían a los altos para coger la leña saturada de rayos solares, y la bajaban encendida al fondo de los valles para que purificara el aire, los árboles, la tierra, las casas, los ganados, los habitantes...; y organizaba ceremonias de sexo y orgías dionisíacas, las cuales, desde la más remota antigüedad estuvieron asociadas a las costumbres sanjuaneras.

También las brujas celebraban una noche de sexo, magia negra y desenfreno, lo cual, mezclado con otras costumbres y creencias, ha pervivido en el recuerdo de la gente. Así, en algunos pueblos de Navarra y Guipúzcoa se alejaba a las brujas pronunciando conjuros (En Cegama: "Que hoy es San Juan, / que hoy es San Juan, / a la tarde del sábado / catorce viejas tocando la trompeta / sobre un borrico negro ..."; en Amorebieta; "San Juan, que es hoy; / que es mañana San Juan / en nuestra pieza no hay ladrón ni bruja; / ¡si los hay, que se quemen!..."; en Garay: "San Juan, San Juan, / no tengo otra cosa en la mente: / los ladrones y las brujas quemad, quemad , / los maíces y trigos, guardad, guardad") a la vez que se arrastraba por las calles pellejos encendidos, símbolos de la figura humana.

En Mundaca (Vizcaya) se quemaba un muñeco con apariencia de vieja repelente montada en una escoba con un gato delante y un búho a la altura de los riñones. Era "la bruja de San Juan", y eran los tiempos en que las "brujas y su mundo" estaban desprestigiadas.

En Valmaseda (Vizcaya), en 1528 pagaron 68 maravedís a un vecino por tañer toda la noche de San Juan las campanas. Y pocos años después, en 1576, del 11 de junio al día de Santiago primero, de dos en dos fueron obligados los vecinos del valle a tañer por la noche las campanas de los pueblos para evitar que se consumara el aviso de las brujas, que bajo tortura habían confesado su propósito de destruir el pan y el vino en el tiempo que faltaba hasta San Juan (Era creencia generalizada que mientras sonaban las campanas las brujas no podía hacer mal alguno).


Dos ¿brujillas? tocan la txalaparta

Pero no siempre lo hechiceril y brujeril arrastró tan mala fama: a principios del siglo XVII, por ejemplo, cuando la existencia de las brujas era algo normal y admitido, La Inquisición celebró el famoso proceso de Logroño contra las brujas de Zugarramurdi.

En él, Juana de Tellechea declaró bajo tortura que no pudo asistir al aquelarre de la noche de San Juan de 1609, porque a su marido lo habían elegido rey de los moros en las fiestas del pueblo, y ella, como reina, estaba obligada a preparar el convite. La pobre mujer se quejaba porque sufrió doblemente: los brujos la habían azotado cruelmente por no haber asistido al aquelarre, y ahora la Inquisición la torturaba por bruja.

Hoy en Zugarramurdi se recrea un aquelarre el sábado anterior a San Juan, en el cual la gente baila al ritmo de la txalaparta (en su origen, instrumento musical formado por un tablón colocado sobre dos cestos con hojas de maíz, el cual percuten dos personas dejando caer los palos que llevan en las manos. Hoy son varios los tablones que se percuten colocados sobre dos caballetes cubiertos por pellizas de oveja, para así facilitar su vibración y sonoridad) como brujas desenfrenadas, durando la diversión hasta que el zanpanzar (ver mi reportaje Carnaval II) hace su aparición.


Txalaparta tradicional

Por otra parte, esa declaración de Juana de Tellechea pone de manifiesto que las fiestas de moros y cristianos, que tanta popularidad tienen en la costa mediterránea, y cuya existencia es anterior a la presencia de los moros en España, antaño estuvieron muy extendidas.

Sin salir de Navarra, el visitador del obispado prohibió en Lesaca la tradición de elegir un rey moro y otro cristiano, llevarlos a la iglesia, e incensarlos durante la misa. En esa villa del Bidasoa, al amanecer del día de San Juan los jóvenes se dividían en dos bandos, correspondientes a cada uno de los barrios de la población, reuniéndose unos en la casa que aún hoy día se llama de Mairuerreguenea (Casa del Rey moro), y los otros en la de Picagua, en las que de víspera habían preparado sendos muñecos que representaban al rey moro y al cristiano. Elegían un jefe de bando y salían a pedir aguinaldos por sus respectivos barrios. Después se reunían, bailaban al son del tamboril, y marchaban a oír misa mayor, durante la cual incensaban a los "reyes" y les honraban de varias maneras. Finalizaban el acto bailando en la explanada de Tantiru Mairu (Mairu = moro).

Lesaca, de donde procede la familia Marichalar, no era la única población en la que existía esa costumbre. También se daba en Irún, Zugarramurdi, y en otras poblaciones de la zona que nunca tuvieron contacto con los árabes.


Hasta las llamas parecen recrear el sufrimiento de las brujas entregadas a la hoguera...

De estas fiestas de moros y cristianos, el testimonio más antiguo que conozco es el que dejó escrito en el siglo XV, en Jaén, el Condestable Iranzo. Antes de amanecer del día de San Juan, -dice- se regaban las calles, se tapizaban de juncia, se entoldaban, y las paredes se cubrían de cañas verdes.

Después de oír misa, el Condestable montaba a la jineta con vestiduras moriscas, y junto con otros caballeros salía hacia el río adornándose todos con flores y ramas. Unos caballeros se disfrazaban de moros y otros se vestían de cristianos, enzarzándose en escaramuzas que vencían los cristianos. Después se juntaban a comer un gran festín, y se organizaba un torneo de cañas.

Gran fiesta la de San Juan, que con igual afán celebraban moros y cristianos en El Ándalus y en el Magreb, si bien algún pícaro moro aprovechaba para tomar cautivos entre los que se adentraban en el Mediterráneo con barcos y barquichuelas engalanados para ver bailar el sol sobre el horizonte ("Madrugada de Sant Xoan, / madrugada mais garrida, / que baila el sol cuando nace, / e ríe cuando more o día") , o para ver cómo el sol retumbaba al ponerse ("Vamos a la playa / la noche de San Juan, / que alegra la tierra / y retumba el mar").

Esta creencia en el bailar del sol la condenó el padre Feijoo: "ridícula es también, y pueril, como falsa, la observación de que baila el sol la mañana de San Juan... Lo que baila el sol esos días, es lo que baila todos los demás del año en las mañanas claras y serenas; y es que al salir se representan sus rayos como en movimiento, o como jugando unos con otros..."

¿Pero cómo iba a convencer al pueblo de su error, si en esa madrugada prestaba atención por primera vez al nacimiento del sol? Tampoco se podía combatir la creencia en el gran estruendo que se producía al chocar el sol con la tierra en el ocaso, pues ya Estrabón se hace eco de la siguiente creencia gaditana: "Según Posidonio, afirman muchos que al tocar el sol sobre el horizonte del océano, parece más grande y que lo hace con ruido, como si al caer en la profundidad del piélago éste crepitase"

Otros veían la Rueda de Santa Catalina, o combate del Sol contra la Luna... pero esto lo tocaré en otro momento.


...y el de los machos cabríos que compartían los aquelarres.

Volviendo a las hogueras, que han de dar bastante humo para que alejen a brujas y malos espíritus, en La Coruña, en vez de sardinada, la gente se reunía en torno a ellas y las saltaba, a veces en cueros (en "pelico"), de uno y otro lado y siempre un número de veces impar ("Salto por encima / del fuego de San Juan, / para que no me muerda / ni culebra ni perro"), y si la enferma era una criatura, la pasaban desnuda y envolvían su cuerpo en una sábana de lino que estuviera sin mojar. Si la que saltaba era una moza, el no tocar la llama era vaticinio de que se iba a casar dentro del año, y lo contrario si la tocaba. Después, en la playa, cuando salía el sol le recitaban invocaciones con los brazos en alto, y cuando llegaba el ocaso lo hacían con los brazos bajos.

En Murcia y el Levante echaban a las hogueras muñecos a los que llamaban "Juanas" y "Juanes"  y, como en las fallas de Valencia (hoy las hogueras de San Juan de Alicante son una copia de las fallas de Valencia, introducidas en 1928), quemaban castillos y carretillas de fuego que parecen ser el origen de los fuegos artificiales.

En Barbadillo del Pez (Burgos) las noches de San Juan y San Pedro hacían grandes hogueras (choscas), y si alguna moza se apartaba de sus compañeras, la cogían los mozos y gritando "humo", "humo", la chamuscaban al calor de la chosca. Si era un mozo el que caía en manos de las mozas, estas gritaban "sarna", "sarna", y lo metían al río para que se remojara bien.

En Navarra, en las hogueras de la montaña se manifestaba egoísmo y cierta aversión hacia los vecinos. En Valcarlos  se decía al saltar la hoguera: "Sarna fuera / los malos fuera / los buenos dentro / el trigo y el maíz a España, / la tiña a Francia".  En Larraun, la frase era: "Sarna a Guipúzcoa; pan y vino a Navarra". Imprecaciones parecidas a las del cura de Irurozqui, natural de Aoiz, que con espíritu universal conjuraba las tormentas: "Arrasa la Francia / y a Italia también. / A Aoiz e Irurozqui, / déjalos con bien". En Marcaláin, más egoístas, cantaban ante la hoguera: Chinchurrera; sarna fuera / toda al cebada de Navarra, / a mi granero". En Juslapeña, cerca de Pamplona, perdido ya el vascuence, y confundiendo sarna con vieja (zara en vasco), decían: "Fuera las más viejas (zarenak) / todas las ancianas, / bajo la gamella". En Oiz, más moderados, el día de San Juan las mujeres llevaban a la iglesia unas pequeñas cruces de palo y unos ramos de laurel, que bendecidos colocaban en los campos. Al año siguiente los quitaban al llegar el día, y los quemaban saltando sobre la hoguera mientras gritaban: "Sarna fuera: / lo bueno dentro; / lo malo fuera". Pero los mejores eran los de Lacunza: "El aroma de San Juan / reparte a los buenos. / A los malos, apártalos. / Todo lo malo, / conviértelo en bueno".

Acabada la hoguera, en todos los pueblos se recogía la ceniza, a la que se atribuían propiedades curativas para el hombre, letales para los insectos dañinos, y favorables para los campos.


Acabada la hoguera, una pavesa flotante baja silenciosa por el río.

Pero no todo era fiesta y desenfreno. En Álava, la cofradía de Arriaga, encargada de regular el régimen foral, se reunía para elegir a los alcaldes mayores y al justicia supremo.

El día de San Juan vencían los contratos de arrendamiento, y salían los clérigos en busca de los diezmos. Por eso, un refrán decía: "Al clérigo y a la trucha, por San Juan le busca" (Correas lo explica así: "Porque anda [el clérigo] entonces por las eras cobrando diezmos, y los ríos entonces llevan menos aguas y se pescan más fácilmente las truchas").

San Juan era la fecha en la que se contrataban los mozos ("Las riñas de por San Juan, son paz para todo el año", dice el refrán, que Correas justifica diciendo que el reñir al hacer el contrato, acordando todos sus términos, garantizaba su cumplimiento a lo largo del año), o éstos cambiaban de amo. Se celebraban ferias de criados y criadas. Se desahuciaban y alquilaban casas y tierras ("Por San Juan, veremos quién tiene casa", afirma La Celestina). Se firmaban los contratos. Se liquidaban las deudas ("Para San Juan debo a un hombre, / dineros en cantidad; / ¿qué haré yo, que cada día, / me parece el de San Juan?", recuerda una copla de la Villana de Getafe)...

Huelga decir que para la sociedad agraria, el día de San Juan, próxima ya la cosecha, era el día más grande del año.

Julio de 2005

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© Javier Hermoso de Mendoza