Estella, ciudad mercado (I)

Comerciantes, prestamistas y gremios hasta el siglo XVIII

Creada Estella en la segunda mitad del siglo XI, durante cerca de trescientos años su desarrollo económico, comercial, urbano y humano fue paralelo al del Camino de Santiago, del que fue considerada uno de sus «jalones esenciales».

Según el Padre Moret, el comercio de Estella «era tan activo que la comparaban con Burgos y Brujas». Como prueba de su mucha riqueza, y signo de gran potencia económica, los comerciantes de la ciudad tenían tabla de cambio, de gran incidencia sobre el reino, lo que motivó que en 1254 –nos dice Sebastián Iribarren- el rey amenazara a la ciudad con hacerle guerra «en caso de no dejarle tener tabla de cambio los cuarenta días a los que tenía derecho, y que se cuidasen de no usar más moneda que la que recientemente había sido acuñada».



Estos arcos góticos, de los siglos XIII o XIV, que podemos ver en la calle de La Rúa (de las Tiendas), son los más antiguos de su estilo en Navarra, excepción hecha de los ubicados en edificios religiosos. Con pequeño escudo en la clave, se cree que en esos edificios estaban las tiendas de los francos, fueran estos de origen francés, o navarros enfranquecidos. La foto está tomada por Domingo Llauró en el año 1963.

Nos dice Madrazo: «el comercio principalmente debió de prosperar mucho en Estella hacia aquellos tiempos, dado el fenómeno que se experimentó en sus contrataciones en 1340 después de la batalla del Salado. Dícese que la inmensa cantidad de metales preciosos que en aquella memorable acción se cogió al enemigo, hizo bajar en una sexta parte el valor del oro, y que memorias antiguas demuestran que este resultado económico, que tanto alteró el precio de las cosas, se hizo sentir notablemente en los mercados de Burgos, de Estella y de Brujas, que eran a la sazón de los principales de Europa».

No es por ello extraño que sus comerciantes obtuvieran privilegios y franquicias, tanto en Navarra como en otras tierras: Alfonso VIII de Castilla, en 1205, dio a los mercaderes de Estella libertad de comercio en todos sus reinos, sin que persona alguna los obstaculizase, y Jaime I de Aragón, hallándose en Estella, el 7 de agosto de 1254 concedió la misma salvaguarda que el castellano, añadiendo que los tomaba bajo su especial protección. Estos documentos demuestran el amplio radio de acción de nuestros mercaderes.



Calle comercial de la Edad Media en una ilustración antigua.

En tiempos de Teobaldo II los estelleses consiguieron que se les eximieran del recargo sobre las tasas de peaje establecidas en las rutas de comercio con San Sebastián y Bayona, y la anulación de las restricciones aplicadas por Teobaldo I para el cambio de moneda.

De la época de este monarca data el impuesto de la palmada, que como detalle histórico aún se reflejaba en los presupuestos municipales de los primeros años de la Democracia. Consistía en que de toda medida de grano vendida, lo que cabía en la palma de la mano (de ahí el nombre) se destinaba a impuesto, que desde 1373, limitado al trigo, se dedicaba a dar culto a San Andrés. Los de la ciudad procuraban que lo cobrara el que tenía la mano más grande, y los vendedores protestaban y pedían que se hiciera con una mano regular.



A la derecha, entre las dos flechas, las calles de La Rúa de las Tiendas y la de San Nicolás. Sorprende que en ese reducido espacio (dos calles, que físicamente es una, encajonadas entre la peña y el río) pudiera haber tal poderío económico. Poderío que a finales de la Edad Media pasó al otro lado del río, fundamentalmente a la Población de San Juan.

Son tiempos en que los nombres de los comerciantes nos remiten a un origen ultrapirenaico: «Limoges y Morlans, mercaderes de paños; Climent de París y Baldoin, argenteros y cambiadores, cuya solvencia monetaria jugaría un destacado papel en la recuperación de los bienes saqueados a los judíos en la revuelta de 1328. Medio siglo más tarde, en 1385, Johan de Limoges mantenía un próspero negocio de paños, con tienda abierta al público estellés, pero también surtía de delicados paños ingleses (de Bristol y de Londres) a los oficiales del soberano y al propio palacio real», nos dice Juan Carrasco.



Tres de los arcos que hemos visto en la primera fotografía. En ésta, tomada en los años 80, el edificio ha perdido la cubierta, y en su fachada superior muestra el entramado que la forma. No he visto en Estella otro edificio con ese tipo de construcción. Tras estos arcos, y otros semejantes que existen en la calle, se establecieron las primeras tiendas de los burgos Navarros.

Y sigue: «El mercado del crédito de Estella, o, si se prefiere, de capitales, presenta un comportamiento diferente al de Pamplona. Existe en esta plaza una clara separación entre el comercio del dinero ejercido por judíos, dedicado en su mayor parte al crédito agrícola —casi monopolizado por los Leví, Embolat y Ezquerra—, y el de los cristianos, volcados en importantes actuaciones “bancarias” y financieras dentro y fuera del reino».

«La cúspide correspondió a los ya citados Mateo (Juan y Ponz) y sus socios los Bigot (Guillem, Gil, Pere, Juan e Inés), que ejercieron su supremacía financiera durante el régimen de gobernadores de la monarquía capeta. Después, con la llegada de los Evreux (1328-1425), su lugar lo ocuparían tres familias, encabezadas por don Martín Esteban, don Pedro Sánchez de Vidaurre y, sobre todo, por Pero y Gil Sánchez (apellidos que nos remiten a un origen navarro). Éstos, desde su actividad de cambistas, trataron de sellar una alianza (primero mercantil y después matrimonial) con los Climent de París, francos de Estella, dedicados al comercio de pieles y tejidos».



Palacio románico –único edificio residencial de ese estilo en Navarra- conocido como de los Duques de Granada de Ega, por ser sus últimos propietarios civiles, o Palacio Real, lo que no parece ajustarse a la realidad. No se conoce para qué fue construido, ni cuál fue su primer uso, pero bien pudo ser el “pórtico de la parroquia de San Martín” de que hablan las crónicas. Iglesia situada prácticamente enfrente, y de cuya fachada se ve un poco a la izquierda de la fotografía.

«Uno de los mejores indicadores para conocer el principal área de desarrollo comercial de la villa (J. I. Alberdi Aguirrebeña) lo tenemos en el creciente interés del cercano monasterio de Irache por tener diversas propiedades en la localidad, concretado especialmente en la posesión de varias tiendas en torno al pórtico (es probable que fuera el del palacio románico) de la parroquia de San Martín», primer templo local (no llegó a parroquia) y lugar de reunión de los francos del burgo, situado en el solar del Antiguo Ayuntamiento.

Y en esa larga calle por la que pasa la ruta jacobea (La Rúa de las Tiendas y Rúa de San Nicolás; la plaza de San Martín no existía), constreñida entre la peña y el río, se crea el primer burgo de francos en suelo navarro, y el lugar donde se establecen las primeras tiendas y albergues del reino.



Calle de San Nicolás, su prolongación física de la Rúa de las Tiendas. En ambas, ubicadas en el Camino de Santiago, se establecieron los primeros mercaderes, cambistas y financieros del reino de Navarra. Foto de Gabino Sanz Hermoso de Mendoza, el Peletero.

En aquel tiempo la ciudad experimentó un «crecimiento urbano espectacular (…), reflejo de su pujante economía y desarrollo comercial», llegando en el siglo XIV a la cima de su apogeo, jamás superado en términos relativos.

Tal era la pujanza de nuestro mercado, que en Estella se crea una función desconocida en otras latitudes: «Un cargo navarro, desconocido en Castilla y León durante la Edad Media, era precisamente el “Alcalde de mercado”, pues las cuestiones del mercado requieren pronto autoridades judiciales propias, distintas de las que eligen los burgueses para su régimen interno, y que en los siglos XIII y XIV extienden su jurisdicción a todos los pueblos que en una zona prudencial mantienen relaciones mercantiles con la ciudad», nos dicen Casas Torres y Abascal Garayoa, que lo toman de  Lacarra.

La situación cambia radicalmente cuando Castilla, tras la conquista de Vitoria y la posesión del resto de Álava y de Guipúzcoa, que voluntariamente se entregan, en un proceso que dura bastante más que un siglo desvía hacia el Cantábrico sus rutas comerciales, desapareciendo el Camino de Santiago como vía exclusiva de transacciones económicas. Más adelante, con la Peste Negra, el Camino prácticamente deja de ser ruta de peregrinación y ruta comercial.



El prestamista y su esposa, cuadro de Quentin Massys, pintado hacia 1514, que se conserva en el Louvre parisino. Mientras que esas funciones estaban monopolizadas por judíos, en Estella, además había un importante grupo de cristianos dedicados a funciones bancarias y prestamistas.

Para que tengamos una idea de lo que estos cambios representaron para Estella (apreciable en sus iglesias inacabadas),  mientras que en el censo de 1366 viven en el burgo de San Martín más de 16 mercaderes, tenderos, cambistas o especieros, que hacen de él el «lugar de residencia de parte de los hombres de negocios más importantes del reino», sesenta años después «esa actividad parece haberse esfumado como el humo, y el antaño floreciente sector comercial prácticamente ha desaparecido».

En consecuencia, la actividad económica de la población «parece haber quedado casi reducida a las propias de la venta y matanza de ganado en las carnicerías, seguidas de la transformación y aprovechamiento de la piel y el cuero», que junto con el textil y el metal es la actividad más importante. Y Estella pasa de ser centro de intercambio internacional a serlo regional.

Según Alberdi, a quien corresponden las citas anteriores, síntomas de este «progresivo deterioro de las condiciones económicas de la ciudad» son las «disputas entre los diferentes barrios por el derecho de celebración de mercado, las luchas de bandos entre Ponces y Learzas, los conflictos entre las diferentes cofradías de la ciudad o, finalmente, el brutal asalto a la judería en 1328; todas ellas, creemos, manifestaciones de una creciente inestabilidad y malestar social y económico en Estella».



Otro arco gótico en la calle La Rúa de las Tiendas, que si hoy alberga una carpintería, en la Edad Media sería residencia de una importante familia dedicada al comercio. Todos los arcos góticos de la calle tienen su escudo en la clave. Unos tallados, y otros pintados que no conservan policromía.

Carlos III dispuso así en 1405: «Que por cuanto en al ciudad de Estella ha habido grandes disensiones, por los Ponces y Learzas, Learzas y Ponces y que son tan antiguos que en memoria de los hombres no es, y que por esta causa estaba despoblada y en disminución la villa, (...) Por cuanto cada uno de los bandos concitaba gentes, y llamaba a otros, para ser de su bando, y levantar alborotos en las juntas de San Martín (...) Que por cuanto moría uno de un bando los de aquel se ponían capas descosidas y capirotes de duelo, y no los del otro, manda que, cuando así fueren los del bando, vayan hasta 40 por lo menos del otro con el mismo traje de duelo, y honren al difunto. Que las dueñas que solían sentarse en las iglesias, ofrecer y recibir la paz por bandos, no lo hagan assi (...) Que por cuanto el rey era certificado que la principal causa de la pobreza de la villa consistía en las excesivas galas de las dueñas, y otras mujeres, manda, tomando ejemplo de los príncipes antiguos, y de los reyes de Castilla y Aragón sus convecinos, que las dichas dueñas de Estella no sean osadas de traer en guarnimient alguno sobre sí, oro ni plata en cadenas ni garlandas ni en otra cosa alguna, salvo en cintas, et botones de plata blanca, sin doradura; e, si quisieren, en las mangas solamente. Otrosí, que no puedan traer perlas ni piedras preciosas, orfreses, ni toques, ni botones do haya filo de oro, ni forraduras de grises, salvo en los pierpes ata media bayre en amplo, et en los perfiles de las delanteras de los mantos, armiños de amplura de un dedo, et non mas, nin traygan paños ni vestidos de escarlata ni de oro ni de seda (...) da licencia para que los vestidos hechos se puedan gastar como no se hagan de nuevo. Ítem que esta ordenanza se entienda también  con las judías... »



El señor de Challant en su castillo de Issogne, valle de Aosta, al cual pertenecen gran parte de los frescos con escenas comerciales que reproduzco. Obra de Federico Pastoris, conservado en el GAM de Torino. No menos lujosa sería la vida de los burgueses estelleses que tanto incomodó a Carlos III.

A este declive comercial le sigue la guerra civil entre Juan II y el Príncipe de Viana, en la que Estella opta por el primero, saliendo exhausta de la contienda. Sea para agradecer los servicios, o para dar salida a la penuria que sufría la ciudad -opina Alberdi-, «en 1436, apenas nueve años después del lamentable estado reflejado en el censo de 1427, los reyes Don Juan y Doña Blanca concedieron a Estella dos ferias francas al año, de 15 días cada una; comenzando la primera el décimo día después de la Pascua de Resurrección y la segunda a partir del 11 de noviembre, festividad de San Martín» (con anterioridad, Teobaldo I, en 1251, había concedido quince días de feria entre el 15 y el 30 de octubre). Y al socaire de sus ferias el barrio de San Juan se convierte en el más activo de la ciudad, preponderancia que aún mantiene.

Los reyes justifican la concesión en que el pueblo estaba muy pobre y muchos vecinos se habían ausentado y otros estaban para hacerlo por causa de la «nociba disensión del reino, e por la intolerable persecución de los rebeldes, había muchas casas e heredades derruidas, caídas, mermadas e desfechas, en grant disformidad e desfacimiento de la dicta villa, la cual era mucho despoblada».



Otro arco en La Rúa de las Tiendas, como se conocía a la calle en la Edad Media. Hoy alberga las oficinas y archivo del Museo del Carlismo, ubicado en el palacio del Gobernador.

Tiempo después, cuando Navarra es incorporada a la Corona de Castilla, comienza un periodo de paz en el que se desarrolla una nueva burguesía comercial e industrial (Miguel de Eguía y su imprenta, por ejemplo) que llena la ciudad de actividad y levanta los palacios renacentistas.

No obstante, la ciudad no alcanza los niveles de población del XIV. Si en 1366 contaba Estella con 829 fuegos (4.145 personas aproximadamente, que probablemente pasaron de los 5.000), Pamplona sólo contaba con 968, mientras que en 1553 los fuegos sólo eran 881, y Pamplona había alcanzado los 1.974, Tudela 1.797, y Sangüesa 458.

Menos población, pero más poder económico: «la potencia comercial de la Estella en el XVII es todavía superior a la de Pamplona y Tudela. En 1677 la ciudad del Ega detentaba una suma de capitales por valor de 110.000 ducados, repartida entre 27 “hombres de negocios”, 12 cereros, 16 viudas y 6 buhoneros, mientras que los 51 comerciantes de Pamplona sólo alcanzaban la cantidad de 83.460 ducados y los 32 de Tudela 40.000», nos dice Vicente Bielza de Ory.



El mercader, por Jan Gossaert, 1530, National Gallery of Art de Washington

Al conservar Navarra sus aduanas, y ser en la práctica un reino tapón entre Castilla y Francia, a partir del XVII nuestros comerciantes aprovechan la situación comerciando con el país vecino, al que llevan lanas y plata, y del que traen manufacturas y productos ultramarinos que, en gran parte, a través del contrabando terminan en Castilla y Aragón.

A Burdeos, Nantes o Amsterdan llegaban el tabaco, el cacao, el azúcar, el café y otros productos de las Antillas francesas y holandesas, que los judíos portugueses de Bayona, entre los que había procedentes de las aljamas de Estella y Tudela, vía Navarra, fundamentalmente, canalizaban hacia España las manufacturas elaboradas en el corazón de Europa, principalmente textiles, y productos que España demandaba, como cobre, acero, carbón y latón.

Camino que también utilizaban los exportadores de lana navarra, aragonesa, y principalmente de Soria y de las sierras de Cameros y la Demanda, fácilmente accesibles a nuestros comerciantes, para los que Bayona, excelentemente conectada con Burdeos y los centros fabriles del norte de Francia, era un importante punto distribuidor.



Taberna medieval, fresco del castillo de Issogne, del siglo XIV, en el valle de Aosta.

Proximidad a Bayona –nos dice Ana Mª Azcona Guerra- que «sitúa a Navarra en una posición estratégica y dota a sus hombres de negocios, ligados por redes familiares con los bayoneses, de una envidiable capacidad comercial», hasta el punto de que los mayores comerciantes navarros pasan a ser de origen francés (como los Modet de Estella), o agentes de los franceses, lo que les permite importar pagando unos impuestos muy bajos, tanto en Francia como en Navarra, que les facilita competir en precios con los productos que llegan a través de San Sebastián o Bilbao, los cuales, para cruzar el Ebro o llegar a Aragón, tenían que pasar hasta tres aduanas fiscales, por lo que «resultaba más barato comprar cacao o azúcar francés que el comercializado por la Compañía de Caracas y de La Habana».

Durante la primera mitad del siglo, «los comerciantes extranjeros ajustaban los contratos de compra en Bayona, para que las mercancías entrasen en Navarra bajo nombre de comprador navarro -quien corría con los gastos de portes y del nuevo impuesto de mercaderías-. De ese modo (…) sólo se pagaba un 1,5% de derechos de entrada a la Hacienda Foral y no el 4,33% que (…) exigían a los extranjeros», entiéndase castellanos.



El potencial fabril de Estella, en lo que concernió a la lana y al cuero, se lo debe al Ega, que a su paso por la ciudad fue domesticado instalando en él, no menos de siete presas. Alguna muy grande, como esta de Curtidores, con aprovechamiento en ambos márgenes.

Por ello, sigue Azcona Guerra, «Los comerciantes de San Sebastián hicieron varios llamamientos al rey solicitando ventajas fiscales que frenasen el empuje bayonés (1668)», logrando «una reducción de los derechos aduaneros, y unos años después (1682) la creación de un Consulado. Pero estas tentativas, encaminadas a (…) convertir a San Sebastián en el puerto de embarque de una parte de la lana merina castellana y de la lana burda de Aragón y Navarra, fracasarán ante la imposibilidad de competir con las ventajas fiscales» que disfrutaban los comisionistas navarros.

Y como «las lanas de Navarra eran especialmente solicitadas por los franceses  porque no pagaban más que un ducado a título de nuevo derecho», mientras que «las de Castilla pagaban cuatro», el contrabando de lana castellana tomó carta de naturaleza -señala H. Lapeyre-, lo que obligó a imponer un nuevo impuesto, Judicatura del contrabando, y un «Tribunal del contrabando formado por dos oidores del Consejo Real –uno castellano y otro navarro- que examinaban las mercancías que los comerciantes conducían a las lonjas de descarga ubicadas en Pamplona, Estella y Lumbier».



Tienda de alimentación, fresco del castillo de Issogne, siglo XIV, en el valle de Aosta. Junto a los tenderos, una mujer trabaja la lana.

Azcona Guerra explica así que Navarra se situara en la órbita de Bayona en vez de hacerlo en la de San Sebastián: «En primer lugar, Navarra y Labourd conformaban un espacio aduanero de baja presión fiscal, mientras que entre Guipúzcoa y Navarra existan barreras aduaneras. 2°) los hombres de negocios bayoneses aprovecharon con gran habilidad las desfavorables condiciones fiscales y comerciales que desde 1628 había creado la negativa política arancelaria promovida por Olivares a los donostiarras; 3°) los bayoneses asentados en Navarra y en el espacio castellano-aragonés, configuraron una compleja red mercantil que cubría el Alto Ebro y las principales ciudades -lavaderos de lana y centros de contratación- de las Sierras de Cameros y la Demanda, lo que constituirá la base de su éxito comercial; 4°) las facilidades que los navarros encontraban en Bayona para el aprovisionamiento de mercancías -especiería y manufacturas-, (…) no las podían encontrar ni en San Sebastián, ni en Bilbao y, 5°) las comunicaciones terrestres entre Navarra y las Provincias Exentas eran más difíciles que las que había entre Navarra y Bayona».

Y continúa: «A expensas de esas mercancías, los comerciantes bayoneses y sus corresponsales navarros configuraron un lucrativo negocio, por la fuerte demanda que de los mismos había en el mercado castellano-aragonés».



El cambista y su mujer, por Marinus Claeszon van Reymerswaele, Museo de Bellas Artes de Valenciennes. Como buen holandés, Marinus dedicó gran parte de su obra a retratar cambistas y banqueros.

Relación comercial con Francia que se vio favorecida por el apoyo que Navarra dio a la causa borbónica en la Guerra de Sucesión (los navarros la defendieron con las armas, viendo en el candidato francés un descendiente directo de sus antiguos reyes, y el gremio estellés de los pelaires costeó una compañía que sirvió a Felipe V), lo que representó importantes facilidades en una época de creciente e intensa relación comercial entre una España escasamente desarrollada en lo económico y una Francia en clara expansión.

Además, al estar España en conflicto casi permanente con Inglaterra, y acosados sus navíos por corsarios franceses, holandeses e ingleses, los productos coloniales llegaban a Francia con más regularidad y seguridad que a los puertos cantábricos de la Península.

Para compensar el empuje bayonés, los hombres de negocios de San Sebastián crearon en 1728 la compañía de Caracas (en 1740 crearon la de La Habana), que estableció en Tierra Estella varias factorías para la elaboración de aguardientes (Viana, Los Arcos, Lerín, Puente la Reina y Estella). Y al fracasar en la gestión directa fueron arrendadas a comerciantes locales, como los estelleses Manuel Inojedo y Juan Bautista y Manuel Modet, llegando a introducir en la ciudad tal cantidad de vino para hacer aguardiente, que en 1771 los cosecheros locales pidieron al municipio que lo prohibiese.



Carnicería y panadería en los frescos medievales del castillo d Issogne en el valle de Aosta.

No obstante, entre Tierra Estella y Guipúzcoa existió un importante contrabando, enviando cereales y vinos, y trayendo maíz, pescado y coloniales, muchos de los cuales, al igual que los franceses, terminaban en el mercado castellano y aragonés. Mercados a los que vizcaínos y guipuzcoanos llegaban con dificultad por la inexistencia o mal estado de las infraestructuras viarias, que no mejoraron hasta finales del XVIII.

Pero las aduanas con Castilla impedían que participáramos libre y directamente con América. Por eso, en una Navarra divida entre los deseaban conservarlas en el Ebro y en Guipúzcoa (agricultores, artesanos y clases pasivas), y los partidarios de trasladarlas al Pirineo (comerciantes, fundamentalmente), éstos solicitaron utilizar los puertos de San Sebastián, Pasajes y Bilbao, lo que impidió la Real Orden de 24 de julio de 1779 mientras «los navarros no se avengan a trasladar las aduanas a la frontera con Francia».



Banqueros y Taula de Cambis.

Navarra colaboraba a los gastos de la Monarquía mediante una cantidad llamada Donativo Real. No siendo suficiente el ingreso que las Cortes obtenían con los tributos, a partir de 1744 acudieron a pedir prestado dinero a bajo interés (2,5%), y sin él, a los comerciantes, cuyo reparto da una idea de la situación del comercio estellés en el conjunto de Navarra.

Ese año se pidieron 60.000 pesos a los 148 mayores comerciantes del reino. Mirando los más acaudalados, 22 residían en Pamplona, 1 en Estella, 3 en Corella y 1 en Villafranca. En Tudela no hay ningún comerciante relevante, pues el que más paga, Manuel de Resa, entrega 300 reales. Tafalla u Olite ni siquiera figuran.



Cobradores de impuestos, Marinus Claeszon van Reymerswaele, Pinacoteca de Munich.

El que más contribuye es el pamplonés Juan Ángel Vidarte-Zaro, con 40.000 reales (uno de sus hijos se casó con la estellesa Fausta Solchaga Álava, y una Zaro con el estellés Martín Goyeneche). Le sigue el estellés Matías de Tarazona (descendía de los señores de Zarapuz, sucesor suyo fue el que hizo el barrio de Noveleta, y su familia creó el mayorazgo más importante de la ciudad), con 4.000 reales, lo que representa el 54,05% de lo aportado por los estelleses. El tercero es Martín de Ochotorena, de Pamplona, con 2.500, y a partir de ahí va descendiendo.

Respecto al número y cantidad total, de Pamplona son 75, que contribuyen con 37.350 pesos; de Estella, 28 y 7.400 respectivamente, y le siguen Tudela con 16 y 2.650, y Cascante con 9 y 7.550.



Escenas de un mercado en los frescos del castillo de Issogne, valle de Aosta.

En esa época, «el mayor número de hombres de negocios y las fortunas más elevadas» estaban en Pamplona, «seguida de las ciudades de Estella y Corella. Las demás localidades navarras quedaban situadas a gran distancia de esos tres núcleos» (Azcona Guerra).

Repartos similares se dieron cuando en las guerras de la Convención y de la Independencia se exigieron empréstitos forzosos con los que se hacía frente a la defensa del Reino o al mantenimiento de las tropas francesas, lo que llevó a que muchos de esos acaudalados comerciantes participaran de la administración ocupante.



Construcción de un edificio.

Durante esos siglos, la lana merina fue «la más preciada materia prima de exportación», de la que vivían «en Navarra los comerciantes, los propietarios de pastizales, los ganaderos, los transportistas; también la Real Hacienda, el Vínculo y las haciendas municipales engrosaban sus arcas con los varios impuesto que gravaban el comercio lanar.

Los hombres de negocio de Navarra, situados estratégicamente entre la cabaña de Soria, la Sierra de Cameros y el puerto de Bayona, se convirtieron (…) en el imprescindible eslabón que unía a los ganaderos (…) con los fabricantes franceses».

Y en este escenario, «en el siglo XVIII la ciudad de Estella era uno de los principales centros de contratación lanar de Navarra, (y) vía Logroño arribaba una buena parte de la lana de las sierras riojanas».

Asimismo, «en la ciudad del Ega existía un potente gremio de pelaires, o fabricantes, como gustaban llamarse, (y) el mercado local de Estella estaba saturado de excedentes -1.000 paños y 500 bayetas- que no encontraban salida por la competencia de los paños de lana extranjeros y castellanos y los tejidos de algodón».



Cambistas, de Marinus Claeszon van Reymerswaele, Museo de Bellas Artes de Bilbao.

Paralelo al gremio «operaba un nutrido grupo de comerciantes, (y) la rivalidad entre ambos era manifiesta ya que sus intereses se centraban en la misma materia prima, la lana.

Desde mediados del siglo XVIII venían siendo muy frecuentes las quejas del gremio de pelaires por la escasez de lana para trabajar en sus telares. Responsabilizaban de ello a los comerciantes, que la compraban antes de que fluyese a Estella».

Y como la legislación foral reconocía al gremio el derecho de tanteo, acudió a los tribunales hasta que el Consejo Real obligó a los comerciantes «a distribuir una parte de la lana (…) al precio tasado de 20 rs. arroba, bajo la condición de que si en la feria de San Fermín el precio se elevaba, los del gremio, antes del 31 de julio, abonarían la diferencia. Para evitar cualquier alteración final de precio, los comerciantes se comprometieron a no comprar lana para los extranjeros».

Los principales comerciantes de lana en Estella eran «Joaquín Baráibar, José Jaén, Juan Bautista Odériz, Martín Torres, Manuel José Pastor, Fermín Zubiría, Pedro José Artola, Juan Beruete y Manuel Modet. Todos disponían de proveedores en Olite, en las carnicerías de Sangüesa, Pamplona, y en las Améscoas».

Tres de ellos pasaron a ser importantes industriales textiles, de los que trataré en el próximo trabajo.



Lámina medieval que representa la usura.

Y ya que hablamos de gremios, algún comentario sobre los mismos: normalmente se les considera una institución medieval, pero si bien tienen su origen en cofradías medievales que sin perder su carácter religioso pasaron a regular la economía y desarrollo de los oficios, su mayor desarrollo lo alcanzaron en los siglos XVI y XVII, de los que proceden las ordenanzas que los regulan. Voluntaria al principio, pronto pasó a ser obligatoria la afiliación al gremio para poder trabajar.

Elaboradas por cada gremio, las ordenanzas se sometían a la aprobación del Regimiento (Ayuntamiento) respectivo y después del Real Consejo de Navarra, correspondiendo a las Cortes la aprobación de las más importantes.

Se gobernaban por un prior y dos veedores, que examinaban y aprobaban a los que habían de ejercer el oficio, y vigilaban los talleres y tiendas para que las piezas estuvieran bien hechas, decomisando las que estaban en mal estado, que entregaban a los pobres o a la beneficencia.



El cambista y su esposa, Marinus Claeszon van Reymerswaele, Museo del Prado, Madrid.

En cada oficio había aprendices, oficiales y maestros. El aprendizaje solía durar de tres a seis años, y los aprendices vivían con el maestro, siendo educados y alimentados por éste, sin cobrar nada durante el tiempo de aprendizaje. Tenían prohibido cambiar de maestro, y en algún caso podían hacerlo si abonaban lo que habían comido durante el tiempo en que habían estado aprendiendo.

Pasados esos años se convertían en oficiales que trabajaban bajo la dirección del maestro. Con frecuencia vivían con él, y previo examen podían independizarse y poner taller propio, lo que les autorizaba a ejercer su trabajo en todo el Reino.

Los gremios ejercían como monopolios locales, dificultando las innovaciones técnicas y manteniendo artificialmente el precio de los bienes, por lo que en varias ocasiones las Cortes intentaron su desaparición, y facultaron a los Alcaldes y Regidores a fijar los salarios de los oficiales.

Por lo general había un gremio por cada oficio en la capital de Merindad, que comprendía todo el territorio merindano. Solían vivir agrupados en barrios, de los que derivan muchos nombres de calles de Estella: Calderería, Cedacería (Comercio), Rúa de las Tiendas (Rúa), Zapatería, Astería, Carpintería y Curtidores.



En 1414, Carlos III concedió a los plateros de Estella que pudieran marcar la plata de ley con la marca que eligiesen. En la ilustración, “El orfebre en su estudio, o San Eloy”, patrono del gremio, por Petrus Christus, 1449, Museo Metropolitano de Nueva York. Cuadro encargado por el gremio de orfebres de Brujas. Una pareja de ricos burgueses van al taller a comprar los anillos de boda (lo indica el fajín rojo sobre la mesa).

Los gremios más importantes de la ciudad fueron los de pelaires, y los zapateros, que contaban con hospital propio hasta el año 1524. Éstos costearon en la iglesia de San Miguel el altar de San Crispín y San Crispiniano, que «fue mandado construir dicho altar por el gremio o Cofradía de zapateros en el año 1602», según consta en la inscripción que hay en el mismo.

La primera ordenanza de los carpinteros data de 1664, y en ella entraban los arquitectos (de retablos), escultores, ensambladores y carpinteros. Parece que el motivo principal de esa ordenanza era evitar que ejercieran el oficio «muchos oficiales así extranjeros como franceses y provincianos (que) han hecho muchas obras sin la perfección que se debe conforme a su arte», lo que no dejaría de ser una excusa con la que se pretendía controlar el oficio, y evitar «que ninguno de los dichos oficiales pueda poner tienda abierta ni trabajar públicamente en esta ciudad y su merindad sin que primero sea examinado por el Prior y los veedores, (…) pena de seis ducados (…) y quede perdida la obra que estuviesen trabajando».

Para el acceso al oficio, aparte de los que llegaran de otras poblaciones y pasaran examen, existía la figura de los aprendices (generalmente su régimen económico era lo comido por lo servido), que «habrán de estar con Maestros aprobados por tiempo de cinco años o por el que se concertaren con ellos sin que puedan salir de su servicio hasta cumplir primero los años por que concertaren a servirlo y que tampoco lo pueda recibir otro maestro ni darle que trabajar en sus obradores sin voluntad y consentimiento del primero».



Tienda de telas en un fresco del castillo de Issogne, valle de Aosta. El último día del año de 1412, Carlos III de Navarra dio a su canciller Villaespesa una pieza de paño verde de Bristol que por 48 florines había comprado a Bertholot de Arguiñáriz, mercader de Estella.

Los sastres y calceteros hicieron en 1564 sus ordenanzas, en las que constaba la multa de un ducado al que pusiera menos tela de la debida en los jubones o calzas. Celosos de preservar sus derechos, en la ciudad no se aceptaba el establecimiento de sastres procedentes de localidades como Pamplona, por muy titulados que allí estuvieran, sin pasar otro examen en Estella.

Pocos años después se metieron los sastres con el Regimiento, que contra lo estipulado en las ordenanzas había nombrado sobreveedor a un tal Pedro de Senoya, sastre, que en la visita de Felipe II demostró su buen oficio al vestir a las autoridades.

 


Botica (farmacia) en un fresco del castillo de Issogne, valle de Aosta. En las estantería, tarros y frascos con productos medicinales; sobre la mesa, una balanza para pesar los productos y preparar las “formulas magistrales”; a la derecha, en un matraz, un fámulo machaca o mezcla productos medicinales.

Otro gremio era el de los cuberos, que armaban tal cantidad de barullo y ruido en las calles, que el vecindario pidió remedio a las Cortes (1556). En su crítica decían que el principal provecho (de la ciudad) «es el vino y con los grandes golpes se pierde mucho vino» (perder, no en el sentido de derramarse, sino de agriarse). Como remedio, proponían trasladar a esa ruidosa gente a la plaza del prado (de Santiago). En mis tiempos jóvenes, en esta plaza no faltaba el ruido (el mayor calderero de la ciudad realizaba en la plaza sus trabajos voluminosos), ni música (los gaiteros ensayaban todos los días).



Tienda de apotecario (farmaceútico), del libro Tacuinum Sanitatis, Biblioteca Nacional de París.

En 1536 se aprobaron las ordenanzas que afectaban a médicos, cirujanos, boticarios (farmacéuticos), y barberos que hasta principios del XX hacían también de practicantes (he conocido en Estella practicantes con barbería, aunque no la llevaban directamente, sino con personal contratado), que ejercían también de sangradores (era práctica habitual sangrar a la gente, bien mediante la práctica de una herida, o con sanguijuelas, pues se consideraba que algunas enfermedades venían provocadas por la excesiva densidad de la sangre) por lo que sus servicios solían ser los más accesibles y útiles a la gente. A todos ellos se les exigía el conocimiento del latín, ese año en la ciudad había dos médicos, ocho cirujanos y varios boticarios.

En las ordenanzas consta la prohibición de tener «criados y mozos conversos», tener la botica bien provista de drogas simples y compuestas (que solían traer de la feria de Medina del Campo) y para ejercer el oficio debían pasar un examen de teoría y práctica ante los médicos de la cofradía, y pagar los médicos un florín en el caso de ser aprobados, que se reducía a la mitad en los barberos.



Extracción de la piedra de la locura, Ieronimus Bosch, 1485. Un falso doctor, con un embudo sobre la cabeza, extrae de la cabeza del paciente la piedra de la locura, mientras un fraile bendice la acción, y una monja lleva un libro sobre la cabeza, indicando ignorancia.

Finalmente, La docena de basteros de la ciudad hicieron sus ordenanzas en 1590, en las que incluyeron cláusulas que chocaron con el interés de los comerciantes y con las personas del Regimiento (Ayuntamiento). Las que mayor reparo suscitaron eran las «dos libras de cera tenían que entregar de multa los cofrades que no acudiesen a las misas por los difuntos y pagar seis ducados por examen y título los que aspirasen a ingresar en el gremio», para lo que, además, no podían ingresar sin el previo consentimiento de todos los agremiados, y querían el control de la compra de la borra (subproducto de la lana) y los arzones sobre los que montaban los bastes. Lo hacían con la noble intención de recaudar, lo más pronto posible, fondos para sus funciones religiosas y para comprar un estandarte, pero esas cláusulas el Regimiento no las aprobó.

Para saber más:
Estella, estudio geográfico de una pequeña ciudad navarra, de Vicente Bielza de Ory
La actividad comercial en el espacio urbano medieval: el ejemplo de Estella, de Juan Ignacio Alberdi Aguirrebeña.
Sociedades mercantiles en los espacios urbanos del Camino de Santiago…, de Juan Carrasco Pérez.
Lo referente a los gremios está sacado de Florencio Idoate y de José Mª Lacarra.

octubre 2013

 

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© Javier Hermoso de Mendoza