Estella, ciudad mercado (1)

El mercado del jueves, generador del concepto Tierra Estella

Es un trabajo que desde años tenía in mente, pero la dificultad para documentarme, y la amplitud del tema, me frenaban. Pero como desde hace años vengo observando que las circunstancias están cambiando, que las dificultades pueden hacer que desaparezca –o por lo menos, disminuir notablemente-, y que la Administración no muestra interés sobre el tema, he pensado que ha llegado el momento de hacerlo. No pretendo que sea sólo un recorrido histórico, sino también aportar alguna iniciativa que ayude a corregir la tendencia. Iniciativa que desde hace años he venido comentando a quienes he creído más interesados y afectados, sin que hasta la fecha haya obtenido resultados. Espero que con este trabajo se valore.



Mercado de productos agroalimentarios en la plaza de los Fueros, año 1903. Fuera de temporada, poco más que ajos y pimientos secos ofrecía. Pero para la gente de los pueblos era una oportunidad de enterarse de lo que pasaba en el país, comprar en las tiendas, relacionarse con gente de otros pueblos, satisfacer necesidades sanitarias y administrativas, etc. Varios hoteles y fondas jalonaban la plaza.

En lo tocante al tema que nos ocupa Estella tiene unas singularidades que la sacan de la norma. Así, mientras la mayoría de las ciudades comenzaron como aldeas, señoríos, sedes episcopales, cortes, etc., nuestra ciudad nació, allá en el siglo XI, como tienda y mercado, función que ha venido desarrollando hasta la fecha.



La foto tiene que ser antigua, pues, además de la ropa de la gente, vemos a los gorrines sin jaula o cambreta, y, en primer plano, una cerda recién parida hoza en un suelo de tierra.

Con la mentalidad presente, y salvando las distancias históricas, podemos decir que Estella fue creada para ser área de servicio y centro comercial de la principal ruta medieval del Occidente cristiano, por la que circuló la Europa peregrina, la Europa cultural, la Europa artística, la Europa religiosa y la Europa política: el Camino de Santiago.



Cuando a consecuencia de la Fiebre Porcina Africana se prohibió la venta libre de cerdos, el testigo lo cogió el textil, el calzado y otros productos no alimentarios que llenan la plaza de Santiago.

Recordemos lo que dice el Codex Calixtinus: «Estella, fértil en buen pan y excelente vino, así como en carne y pescado, y abastecida de todo tipo de bienes».

Y cuando el Camino de Santiago perdió la función que le dio nombre, su privilegiado emplazamiento en «una red radial de vías de comunicación naturales» (J. I. Alberdi) que unían «dos economías rurales complementarias» (cantábrica y mediterránea; ganadera y agrícola), le permitió pasar de importante mercado internacional a no menos importante mercado regional.



Fotografía de hacia 1990. El mercado de frutas y verduras de la plaza de los Fueros va evolucionando y empiezan a llegar productos de otras tierras y de la industria agroalimentaria. Son tiempos en que los hombres de los pueblos se juntan por sectores: los ganaderos en el Monjardín, y los agricultores en el Florida.

José Manuel Casas Torres y Ángel Abascal Garayoa, en su libro “Mercados geográficos y ferias de Navarra”, Zaragoza 1948, nos dicen que la población en la que se desarrolla el mercado, «es, fundamentalmente, espacio o sitio de reunión de vendedores y compradores extraños a él.

En Navarra pueden señalarse casos casi puros de mercados de este tipo, de los que tal vez el más expresivo sea del de Irurzun», en donde en el tiempo en que se escribió el libro no había servicios estables, y a donde el día de mercado acudían «médicos, abogados y odontólogos, para ejercer su profesión en el lugar».

Algo parecido sucedía en Estella con los dentistas, que en día de mercado abrían consulta en los hoteles de la plaza de los Fueros.



Foto tomada, avanzado el otoño, por Gabino Sanz Hermoso de Mendoza hacia 1950, en la que vemos los omnipresentes pimientos y ajos junto con la fruta de temporada: manzanas, peras y uvas, principalmente.

«Sin embargo, el proceso evolutivo normal de estos mercados (…) lleva a la fijación de un núcleo de habitantes (…) que se dedican exclusivamente al comercio (…). En este caso la ciudad o el pueblo que desempeña el papel de mercado llena una doble función: por una parte, es plaza comercial permanentemente abastecida (…) donde con periodicidad se reúnen los (…) que acuden allá para efectuar sus transacciones», y, por otra, desarrolla «una función central que llena las necesidades jurídicas, sanitarias, administrativas, e incluso a veces religiosas, que no pueden satisfacerse en los núcleos rurales que acuden a ellas».



En esta foto, anterior a 1917, vemos que el mercado se compone de muchos pequeños puestos formados por una base cuadrada, y un mástil en cuyo extremo se colocan dos largueros en cruz sobre los que se pone la sábana o loneta que da sombra. De los largueros cuelgan orcas de ajos y ristras de pimiento seco, y una silla baja, de culo de anea, o un taburete de tijera, ayuda a soportar la espera.
La plaza que muestra la foto está despejada, sin árboles, quiosko ni mobiliario urbano. Amplias aceras enlosadas, calzada adoquinada, y el centro de la plaza de tierra pisada. Como único detalle de modernidad, unas pocas farolas. 

 El resultado es una «región humana (…) integrada por varias zonas, no sólo física, biológica, sino económicamente diferentes, muchas veces complementarias», que no se corresponde con una región natural, y que se organiza, en todos los aspectos (económico, cultural, social, artístico, religioso, jurídico, político, etc.), en torno a esa ciudad-mercado.

Para los autores, «Estella es una ciudad-mercado típica, que desempeña magníficamente los dos papeles que hemos considerado en esta clase de ciudades.

Su emplazamiento en la ruta de Santiago, la convierte muy pronto en una plaza comercial, donde afluyen mercaderes y tratantes, que establecen en ella sus tiendas».



Bajo los porches de la plaza de los Fueros, la Santa Casa de Misericordia colocaba unos bancos corridos, en los que previo pago de una pequeña cantidad se sentaban las mujeres que vendían aves, conejos y huevos. Foto de Nicolás Ardanaz, año 1960.

Es, en consecuencia, el mercado de Estella el que ha creado esa “región humana” que llamamos Tierra Estella, que no se corresponde con la medieval Tierras de Estella, de carácter administrativo y militar, que incluía toda la Rioja Alavesa, ni con la Merindad de Estella, división histórica que actualmente se funde con el Partido Judicial.

Tierra Estella (solemos decir con orgullo que sólo es comparable con Tierra Santa, pues son las únicas que no llevan la conjunción “de”; todas las demás son Tierra de…) es otra cosa muy distinta. En esencia, es el ámbito de atracción de su mercado. Ámbito que, influido por la mejora en las comunicaciones, ha cambiado con los tiempos y está en un proceso de cambio irreversible.

Lo señalan con claridad los citados autores: «Desde el punto de vista de las comunicaciones, los “lugares-mercado” ocupan emplazamientos estratégicos» en los que las mejoras de los medios de transporte o las infraestructuras pueden modificar su ámbito de incidencia, provocando «las siguientes reacciones: a), creación de mercados nuevos…; b), consolidación e incremento de los mercados de centros superregionales…; c), anulación, o gran debilitamiento, de centros comerciales situados a mitad de etapa entre otros dos más poderosos; y d), interferencia, cada vez más acentuada, de los mercados superregionales en las áreas de los regionales».



Los hortelanos de la ciudad, como Nicolás Crespo Diópico, alias Pedrocho (con boina, mira hacia el fotógrafo), salían a vender sus verduras y plantas. La foto es de finales de septiembre o primeros de octubre, a juzgar por las montoneras de pimientos. En primer plano, a la derecha, con chaqueta clara, algo inclinado y la cabeza ladeada, Roque (Ayúcar) el barbero. Parece extraño que esté en el mercado, pues las barberías hacían los jueves su agosto.

«Resulta de esto que las “regiones humanas” de Navarra están cambiando», y hace unas décadas «Tierra Estella era una “región humana” mucho más coherente y mucho menos interferida que en la actualidad» (están hablando de los primeros años 40 del pasado siglo).

«¿Qué duda cabe de que se está produciendo un reajuste de la estructura funcional de Navarra y de que el mapa de los mercados de la provincia será distinto dentro de cincuenta años?....

En este momento, el trazado de un ferrocarril, la apertura de una carretera (una autovía, un centro comercial, dirían ahora)… se reflejaría a corto plazo en variaciones de la distribución y organización de los mercados, cambiaría el mapa de los mismos y cambiaría también el de las “regiones humanas” de Navarra».

De ahí el peligro de que, si no reaccionamos, Estella, como plaza comercial, como núcleo que articula nuestra “región humana”, tienda a desaparecer, fagocitada por Pamplona y Logroño, como ya sucedió con Puente la Reina y Los Arcos. Más adelante daré mi opinión de cómo salir de este trance. De momento, volvamos a la historia.

Algún vendedor ocasional traía sus tejidos, y llegaban charlatanes como el que enfundado en su guardapolvos no dejaba de decir: Bilore, Bilore, Bilore, de Villafranca de Oria señora, de Villafranca de Oria.

"A partir del siglo XI (Luis García de Valdeavellano, "Sobre los burgos y los burgueses de la España medieval), aunque siga activo el comercio entre la España cristiana y la islámica, es, sobre todo, el movimiento mercantil europeo, que utiliza espacialmente la vía de penetración de las peregrinaciones compostelanas, el que da un nuevo impulso a la vida económica de los Estados hispano-cristianos [...], y es a partir de los siglos XI y XII cuando asistimos en ellos al paulatino resurgir de las ciudades como centros de actividad artesana y mercantil, al desarrollo de su población y de su vida económica y a su constitución como municipios dotados de un estatuto jurídico local de privilegio [...]. La población franca de Estella determinó que fuera de su recinto se reuniesen mercados semanales, que dieron origen a la nueva población de San Miguel (Mercado Viejo, activo, desde antes del 1147, todos los jueves del año) y a que junto a ella se desarrollasen otras poblaciones, como la de San Juan (mercado nuevo) y la del Arenal, con lo que resulta que la celebración de mercados fue en Estella, como en León o Barcelona, un poderoso agente de desarrollo urbano".

Así, desde su inicio, Estella cuenta con dos mercados: el de la Rúa de las Tiendas, en el burgo de San Martín, destinado a dar servicio al Camino de Santiago, y el mercado de los jueves, para comerciar con la comarca, establecido inicialmente en San Miguel (Mercado Viejo), y trasladado hacia 1187 a la plaza de los Fueros, construida para acoger el mercado, lo que la convierte en una de las primeras plazas urbanizadas con ese fin. Anexo a ella, el Prado de San Juan (actual plaza de Santiago) le sirve de desahogo y recinto donde celebrar las ferias anuales. 

 


Artesanos, como el orcero (alfarero) Manuel Echeverría, alias Guinda, que aquí lo vemos acompañado de su hija Teresa, también sacaban sus productos. Su taller, el último de Estella, dejó de funcionar en 1958.

Y como el desarrollo de la economía local depende principalmente de él, los vecinos de San Miguel, al ver alejarse esa riqueza –en San Pedro permanecen las tiendas, los mercaderes de paños, los cambistas, etc.- intentan revertir la situación.

Lo consiguen (octubre de 1236) a cambio de entregar al rey 30.000 sueldos sanchetes, pero, ocho años más tarde, los de San Juan, haciendo valer el privilegio de Sancho el Sabio, logran que Teobaldo I rectifique.

Siguen los de San Miguel con su demanda, y presentando pruebas de que ellos disfrutaban del mercado antes de que existiera la Población de San Juan, en 1254 vuelven a recuperarlo.



Y algunas tiendas de la plaza, como esta de las Zabalegui (esquina Fueros-Estrella), sacaban sus productos (vemos serones, capachos, capazos y alfombras de esparto, escobas de palma…) al encuentro de la gente. Foto de Nicolás Ardanaz año 1960.

No les dura mucho, pues el año 1280, Felipe III de Francia, en nombre de su esposa Juana I de Navarra, lo devuelve a San Juan.

Y para acabar para siempre con las disputas entre barrios, los reyes Felipe el Hermoso de Francia y Juana II de Navarra deciden que en San Juan se celebre el mercado franco de los jueves, y en San Miguel el mercado diario de pescado (en la esquina Chapitel–Ruiz de Alda, donde ahora están las escaleras de la iglesia, hasta principios del XX permaneció la lonja del pescado, y la zona era conocida como La Re, palabra que supongo viene de red), que se complementa con el de la carne (en el Libro de Fuegos de 1366 una parte del barrio de San Miguel es conocida como la Brotería -broter se llamaba al carnicero-, mientras que un siglo antes había una brotería en la parroquia de Santa María).



No eran pocos los vecinos de Estella que vivían, en buena medida, del mercado, al que llevaban productos que compraban en otras plazas o a los agricultores. Aquí vemos, con sus ajos, a Josefina Domblás, la Churrera. Año 1973.

Con el ocaso de la peregrinación, y la modificación de las rutas comerciales entre Castilla y Francia, entre los siglos XIV y XV el mercado estable del burgo de San Martín prácticamente desaparece, y a partir de entonces es el mercado semanal de San Juan el que da vida a la población.

Mercado al que la princesa Leonor, agradeciendo que la ciudad hubiera impedido que se cumpliera la sentencia arbitral dada por Luis XI de Francia, mediante la cual Estella y su tierra debiera pasar a Castilla (la actual Rioja alavesa y Los Arcos y sus villas no pudieron oponerse a los ejércitos castellanos y pasaron a formar parte del reino vecino), en 1456 lo liberó de toda imposición o gravamen, y en agosto de 1463 repite la exención y nos concede otro mercado franco para el lunes.



La plaza de Santiago era el domino del ganado. En ella se vendían cerdos y gorrines (en la fotografía superior vemos en el centro de la plaza dos o tres jaulas -cambretas, les llamábamos- con sus cerdos), y el primer jueves de mes el mercado se ampliaba con alguna caballería, vaca, asno, oveja  y cabra. Fotos de 1962, tomadas por Carlos Jiménez.

Demos un salto en el tiempo, y dejemos la palabra a Casas Torres y Abascal Garayoa: «Estella es hoy también mercado (recordemos que hablan de los años cuarenta del pasado siglo), como lo era entonces, donde acuden cada jueves (los primeros jueves de cada mes hay, además, mercado de ganado vacuno, caballar, mular y asnal) los hombres del pie de Urbasa, de la Valdega, de la “Rioja navarra”, de la Ribera y de la Montaña».



La peste porcina africana, enfermedad de origen viral descubierta en Kenia en 1910, llega por primera vez a Europa a bordo de un avión africano que aterriza en Lisboa el año 1957. Tres años después se manifiesta en los encinares de Badajoz, de los que pasa a los suburbios de Madrid (cerdos criados con residuos del vertedero), para extenderse rápidamente por todo el territorio nacional, diezmando las explotaciones y asentándose con carácter endémico durante casi tres décadas. La reacción de las autoridades sanitarias fue sacrificar los cerdos de las zonas afectadas, controlar el tráfico de los animales, y prohibir los mercados. Esa peste no acabó con la cabaña porcina, pero sí con el mercado del cerdo en Estella, y con los pequeños criadores diseminados en nuestra fotografía, que sucumbieron ante la presión de las grandes granjas, agentes comerciales y mataderos. En la foto, de 1972 o 73, aparece Conchi Llanos Moreno con su abuelo Gregorio Llanos, alias Magallón.

En la plaza de Santiago «se concentran los vendedores de ganado, porcino principalmente, pues, aunque hay otros animales a la venta, puede decirse que se trata de un mercado especializado; se venden sobre todo, “gorrines” para criar en casa.

Dominan los tratantes de blusa negra corta, boina y vara. Hay algunos automóviles desvencijados, acondicionados para el transporte de cerdos, y en el centro de la plaza, carros y bueyes esperando la hora del regreso.

Los “gorrines” se exponen dentro de pequeñas cercas de madera (las llamábamos “cambretas”), y en los días fríos se apretujan en busca de calor unos contra otros, mientras tiembla su carne sonrosada.



Distribución de los puestos en el mercado, en las décadas de 1930-40, según figura en el libro de Casas Torres y Abascal Garayoa.

La plaza de los Fueros alberga vendedores infinitamente más heterogéneos, aunque “distribuidos con arreglo” a un orden, preestablecido desde antiguo (ver fotografía superior), alrededor de la plaza, que les presta sus soportales en los días de lluvia.



Foto que Domingo Llauró Campos tomó en 1959. Los productos más lejanos eran los de la Ribera, y alguna naranja, y según la temporada abundaban los montones de pimientos (los vemos en la foto), de melones, y de otros productos de la zona. Los vendedores se respetaban su “puesto”, y en el lateral sur del centro de la plaza se colocaban los de Noveleta y las vendedoras de planta.

Montañas enormes de rojos pimientos, ristras de guindillas pendiendo de las columnas de los porches, puestos de vendedores de hilos y telas, objetos de ferretería extendidos en el suelo (los artesanos, y los comerciantes que no tenían establecimiento en la plaza, sacaban sus productos a la vista de la gente: Guinda sus pucheros, Casanellas sus cuchillos, la Piérola sus flores, Tadeo su electricidad y electrodomésticos…), camiones atiborrados de cardos gigantescos, mujeres sentadas en bancos numerados y teniendo a sus pies una variada colección de conejos, gallinas, patos y cestas con huevos; puestos de pucheros y cántaros, serones de cáñamo, cuerdas, telones con ropas colgados en alto para reclamo, todo se ofrece a la curiosidad y a la adquisición de los compradores.



En los  soportales del lado noroeste colocaban su muestrario las tiendas que estaban lejos de la zona concurrida por los compradores; artesanos que sacaban sus artesanías; y revendedores con productos de diversa procedencia. En la foto, el puesto de quincalla de Resu Luquin, “la Bastera”, esposa de un "Butaca", en foto de 1959. Del techo cuelgan camisas, pantalones, chaquetas, y otras prendas del comercio de Aurelio Alonso, "Ricarte". Al fondo, los veladores del café Oriente, hoy Maracaibo, y, en el primer piso, el rótulo de la Falange, cuya sede estaba en los salones confiscados durante la Guerra Civil de 1936 al Centro Nabarro, nombre que tenía el local del PNV.

Naturalmente, la actividad de estos días de mercado, el ir y venir de la gente, los autobuses especiales que se desplazan a Estella, los puestos de comida al aire libre, todo se supera en los días de feria...».

«El día de mercado es, como se puede suponer, no sólo el día de la transacción y del negocio para los aldeanos que concurren a la plaza, sino también para los comercios de la ciudad, los abogados y notarios.

Todo el mundo trabaja febrilmente los jueves; se redactan capitulaciones matrimoniales (contratos previos a la boda en los que se señala qué bienes aporta cada parte al matrimonio), se ajustan contratos entre las gentes de estos pueblos (…), y se aprovecha la ocasión para “ir a vistas”, es decir, para que un mozo y una moza, cuyo matrimonio han concertado los padres, se conozcan».



Otro vendedor local, toda una institución en el mercado, era José Azcona, alias Butaca. Foto, de hacia 1980. Lo vemos llevando al mercado sandías y melones.

«En el mercado se venden, principalmente, frutas y verduras de la Ribera, queso, sal y ganado porcino de la montaña, y aves y huevos de una y otra (los hortelanos de la ciudad sacaban a vender la planta –colleta, puerro, tomate, pimiento, etc.- que cultivaban en sus huertos). En época normal era muy importante el mercado de piensos y legumbres, y últimamente ha adquirido gran importancia el de injertos de vid».

Son tiempos en que se puede repetir lo que escribió Francisco de Eguía en su “Historia de la Ciudad de Estella” allá por el siglo XVII: «Los jueves de todo el año, como en Madrid, tiene mercado, donde acude tanto concurso de gente que no se puede, particularmente el otoño, handar por las calles sin embarazarse el paso los unos a los otros».



Sacado del libro de Casas Torres y Abascal Garayoa, vemos la atracción que tenía nuestro mercado en la década de 1930-40. Por extraño que parezca, rebasaba los límites provinciales y merindanos, competía con el mercado de Pamplona, en cuyo teórico ámbito de influencia penetraba, y llegaba hasta la lejana Milagro, a unos 70 kilómetros de la ciudad, mientras que, en la Ribera estellesa, Calahorra sólo ejercía influencia sobre Azagra, San Adrián, Andosilla y Sartaguda. No había en toda Navarra un mercado con la extensión, la pujanza, y un territorio tan variado como el de Estella.

He comentado que la atracción del mercado semanal de la ciudad ha estado sujeta a las dificultades y mejoras en las comunicaciones, por lo que cambia con las épocas y es difícil delimitar su influencia en el territorio circundante.

Por ejemplo, llegó hasta tierras tan alejadas y poco accesibles como los valles de la Barranca y Burunda, separados por el macizo Urbasa-Andía, que en tiempos pasados, por extraño que resulte, pudieron pertenecer a la “región humana” de Tierra Estella. A esos valles lllegaban también los acemileros estelleses con su carga de quincalla, planta y mercería.

Lo demuestra Juan López de Albizu, vecino de Bacáicoa, que declara en un proceso: «baxava a la ciudad de Estella cada semana a tomar en ella algunos recadillos que necesitaba, y por este motivo veía a los vezinos de dicho lugar y valle (se refiere a Bacáicoa y la Burunda) comprar dicho trigo».



En este gráfico, obtenido del mismo libro, vemos, representado por columnas, el número de gente que movilizaba cada uno de los mercados de Navarra.

Es evidente que para esos valles encajonados entre Urbasa-Andía y Aralar, necesitados de productos mediterráneos y artículos de consumo, les era más fácil y menos costoso llegarse a Estella que desplazarse a Pamplona o Vitoria, que incluso podían estar menos abastecidas.

Situación que duró hasta que el ferrocarril hizo que esa zona saliera de la órbita de Estella, pues a través de los caminos de hierro comenzaron a llegar mercancías a la zona, y se abrieron mercados en Alsasua e Irurzun, antes inexistentes. Lo mismo pasó en la Ribera estellesa cuando se abrió la estación de ferrocarril de Lodosa.



El mercado de frutas y verduras ha ganado en variedad y cantidad. En la foto, Santiago Azcona, de los Butaca, que en otros mercados se presenta como “El de Estella”.

Eran tiempos difíciles, y acudir al mercado andando, en carro o a lomos de bestia, desde lugares lejanos, un poema.

En “Los pilares de la tierra”, dice Ken Follet: «el hombre pasará una tercera parte del día caminando hacia el mercado, otra tercera parte del día en el mercado, y la última tercera parte del día regresando a casa. Por lo tanto, un mercado da servicio a la gente durante una tercera parte del día del trayecto, que debe de ser de unos diez kilómetros. Si dos mercados se encuentran separados por más de veinte kilómetros, entonces la zonas de captación no se superponen». Es evidente que el de Estella rebasó ampliamente esos límites.

«En 1766 –nos cuenta Floristán- los valles y lugares circunvecinos a Estella presentaron a las Cortes un papel anónimo exponiendo los prejuicios que les ocasionaba el hecho de que la contratación, en los mercados de los jueves y domingos, no fuese libre».



Encurtidos, pastas, quesos, chorizos, etc., hacen que el mercado estellés ofrezca una gama completa de productos alimentarios, que complementa con planta y flores. Hace dos años, en la plaza de los Fueros había 57 puestos, y 62 en la de Santiago.

Decían que el Ayuntamiento prohibía que el mercado de cereales comenzara antes de las doce horas, y como «dicha ciudad se halla rodeada de montes, caminos ásperos y peligrosos (…); que a ella acuden todas las villas y lugares circunbecinos y hasta de cinco o seis legoas, que en el mismo día buelben a sus casas (…); que por lo común asisten a dichos mercados las mugeres, y para quando conciertan (esperando a después de las doze), venden y después hacen sus compras de algunas cosas, se hace tarde, forzándoles la necesidad a caminar por los caminos con las lobreguezes de la noche, sucediéndoles penosos y graves hazares (…) como son: muertes, rovos, golpes y otras desdichas (…) que por decencia no las nombramos, y caídas de las caballerías por razón de dichas oscuridades de las noches», pedían que el mercado se abriera de par de mañana para poder vender sin prisas, defendiendo el precio, tener tiempo de comprar lo necesario, y poder regresar a sus pueblos con luz de día.



Destacan, en primavera, los productos estrella de la huerta navarra: la alcachofa y el espárrago. En las fotos, el puesto que llega de Lerín. Otro vendedor, Pedro Sigüenza, con treinta años en el mercado, decía en 2011 a la prensa: «Antes había cuatro cosas: naranjas, manzanas y ya está. Ahora traemos más de 40 productos cada día. Los gustos han cambiado mucho y si el cliente pide variedad hay que adaptarse a él (…). Es cierto que cada vez viene menos gente joven (…). Jubilados para ir al mercado siempre va a haber. Es además casi un acto social. Las mujeres se encuentran, charlan… Muchos hombres de los pueblos bajan para encontrarse con amigos que no ven en toda la semana».

Pero el Ayuntamiento, buscando el interés de los estelleses, obligaba a concentrar la venta en un horario limitado. De esa manera el vendedor no podía hacerse de valer, y los de la ciudad compraban a la baja aprovechando la prisa de los aldeanos por regresar a casa.

Los impuestos o arbitrios de puertas también escocían en Tierra Estella. Así, el año 1909, a propuesta del alcalde de Larrión, numerosos pueblos de la zona, para acabar con lo que ellos consideraban un “abuso”, y obligar al Ayuntamiento estellés a bajar esos impuestos, decidieron establecer mercados en Ayegui, Murieta y Abárzuza. El intento no tuvo éxito, y el mercado siguió en la plaza de los Fueros. Ignoro si nuestro Ayuntamiento bajó las tasas.



Las montoneras de cajas vacías es un síntoma de lo que en él se vende. No son poco los vendedores que quieren ampliar el horario. En agosto de 2011, Juan Ferreras, vendedor de textil, decía: «Los mercados tenemos que ampliar el horario para llegar al cliente, y poder hacer frente a la competencia de las grandes superficies y de los chinos. Como el pequeño comercio, nuestro horario está regulado y eso juega en contra nuestra. Ahora empezamos a desmontar entre las 13,30 y las 14 horas, y perdemos una franja de público enorme, desde la salida de los colegios, los empleados de empresas que paran a partir de las 13,30 para comer, o incluso los funcionarios que salen a las tres. No es necesario estar todo el día, sino ampliar un poco el horario del mediodía para captar ese público más joven que trabaja».

De la cita anterior quiero que quede meridianamente claro que hasta no hace mucho tiempo había dos mercados en Estella: el del jueves, y el del domingo.

Lo señala también Madoz, en su Diccionario, y Ramírez de Arcas, en su “Itinerario descriptivo de Navarra”, escrito a mediados del siglo XIX, dice que la feria y mercado de Estella «consiste en frutos, tiendas de todas clases de mercaderes del Reino y extranjeros, tejidos de lana de las fábricas de la ciudad, estambres, y especialmente en caballería de todas clases.

Los jueves hay mercado en Estella de las mismas mercaderías que en las ferias, pero los cereales se reservan para el domingo, en cuyo día celebran un mercado especial».



Desaparecidos los animales, la plaza de Santiago es el reino del textil, el calzado y los complementos del hogar. En él predominan los gitanos, y algún moro –lo que no sucede en el agroalimentario-. Es natural que así sea, pues los calés estaban acostumbrados a deambular por los pueblos, de puerta en puerta, arreglando paraguas, somieres, pucheros, etc., y después con telas, sobrecamas y mantelerías.

Si la apertura de los ferrocarriles periféricos a la Merindad tuvo la incidencia negativa que he señalado, el ferrocarril vasco-navarro que comunicaba Estella con Vitoria permitió que llegaran las gentes de Campezo y Alto Ega, y los hortelanos de Estella inundaban con su planta el mercado de la capital alavesa.

Pero fue el vehículo a motor (autobuses, de los que muchos valles estaban dotados) el que amplió su área de influencia, y es el automóvil, la autovía y los centros comerciales los que pueden acabar con él y con nuestros comercios.



En ella se puede encontrar gangas y productos de calidad. A un puesto, concretamente (no es el de la foto), se le llama la boutique y, al conjunto, el corte inglés. En los años setenta del pasado siglo los pueblos vivían bastante aislados, y cierta vez que José Mª Reinares -de Plásticos La Ribera, ya jubilado- llevó a Ujué dinero sucio por habérsele quemado el camión, aquellas monedas quemadas circularon durante muchos años por el pueblo.

Hasta los años 70 del pasado siglo, la mayor parte de la gente acudía al mercado en el tren y en los autobuses de línea que tejían una red en la comarca. Eran tiempos en que la gente llegaba a las ocho, las nueve o las diez de la mañana, y regresaba a su pueblo en el tren, o en el bus de las cinco o las ocho. Autobuses que tanto el trayecto de ida como el de vuelta lo hacían con la baca repleta de paquetes, y unos bancos de madera en los que viajaban los que no cabían dentro.

La estación estaba muy animada, y por el interior del tren y de los autobuses se paseaban, con sus bandejas de mimbre, los vendedores de barquillos, caramelos y otros objetos, que la gente compraba para entretener el viaje o llevar a sus hijos o nietos.



Fotografía tomada en 1962 por Carlos Jiménez. Cogido por el rabo y la oreja, el gorrín va camino del coche. Lo llevarán a casa, lo engordarán, y tendrán alimento para buena parte del año. Excepto huevos, y algún pollo, conejo y cordero, que se comía en las grandes fiestas, la única proteína que se consumía en la mayoría de las casas era la del cerdo, del que se aprovechaba todo. Como se suele decir, de él, hasta los andares.

En la plaza de Santiago eran los gorrineros (gente que se dedicaba a comprar y vender gorrines) con sus vehículos, los carros y coches particulares, o las camionetas que hacían servicio de alquiler, quienes se encargaban de cargar los gorrines comprados o no vendidos. Camionetas cien veces reparadas, a las que no les faltaba una jarra de hierro esmaltado para llenar los radiadores con agua que cogían de la fuente.

Durante el tiempo que estaban en la ciudad, intentaban vender lo que traían, compraban lo que necesitaban, y mientras la mujer subsistía con algún pastel (las pastelerías, sólo los sábados y los jueves elaboraban sus deliciosos pasteles) o en ayunas, el hombre comía en las fondas los platos del día, y en las panaderías, que disponían de grandes salones con mesas corridas y bancos, los gorrines que habían llevado a asar al horno del pan.

Podemos decir que se pasaba todo el día en Estella, comprando, vendiendo, bebiendo, negociando, viendo partidos de pelota, apostando en ellos (los viajeros del autobús de Mues, por ejemplo, notaban en la conducción si el chófer había ganado o perdido en sus apuestas), etc. En consecuencia, el comercio no cerraba a medio día, pues era buena hora de venta.



Nuestro mercado dispone de probadores. Hasta los años 60 no había mercadillos en Navarra, y los comercios de Estella tenían empleados que con su maleta llena de piezas de tela iban por los pueblos vendiendo, e incluso tomando medidas para trajes. Les cogieron el relevo los gitanos, y uno de ellos me comentaba la habilidad que tenían para presentarse en un pueblo de la Ulzama, Basaburúa, etc., llamar a una casa, y conseguir que les comprara una persona que no les conocía ni tenía referencias de ellos.

Y ese factor que tanto benefició a Estella, perjudicó a mercados como Los Arcos y Puente la Reina.

Leamos a Casas Torres y Abascal Garayoa: «Puente la Reina, ciudad mercantil importante en otra época, se nos presenta ahogada por la proximidad de sus dos poderosas vecinas, Pamplona y Estella, más próximas cada vez, en la misma medida en que mejoran los medios de comunicación. Creemos que no es exagerado colocar el declive mercantil de Puente la Reina en la etapa del desarrollo de las comunicaciones por carretera».



Las inclemencias del tiempo no pueden con él. Si amenaza lluvia o nieve, bajo los porches; si no amenaza, pero ha descargado, los propios vendedores limpian la plaza, pues el personal del Ayuntamiento sólo aparece a la hora de cobrar, y barrer lo que deja el mercado.

Lo que le pasó a Puente la Reina le puede pasar hoy a Estella, pues la movilidad que ofrece el coche particular, la autovía, y los centros comerciales de Pamplona y Logroño, son factores que inciden negativamente en nuestro comercio.

A ello se une la estructura física de Estella, encajonada entre alturas y con pocas plazas de aparcamiento. Al menos esa es la sensación general.



En la foto, José María Reinares  y Lucía (Luchi) Jimeno, matrimonio que inauguró el actual mercado de la plaza de Santiago. Tan vinculados han estado a nuestra ciudad que siendo el riojano, su mujer de Puente la Reina, y residiendo en Valtierra, se casaron en El Puy. Cuando ellos empezaron, en el 69, sólo había mercado en Estella, Calahorra, un poco en San Adrián y Alsasua, y en toda la Ribera tudelana no había ninguno (empezaron vendiendo, sin autorización, en el barrio de Lourdes de Tudela).

Lo decía a la prensa (junio de 2011), poco antes de su jubilación, el vendedor José Mª Reinares, que llevaba 43 años en el mercado, fue el primero en llegar con productos no alimentarios (el segundo fue Flores Guillén, de Pueyo, que comenzó en la plaza de los Fueros, para evitar la competencia de Flores San Pol se mudó a la plaza de Santiago, y contra su voluntad fue obligado a regresar a la de los Fueros, donde aún continúa), cuando aún existía el del cerdo, conocía de primera mano los más importantes mercados de Navarra y La Rioja, y algunos de Guipúzcoa y Vizcaya: «Estella era uno de los mejores mercados de Navarra, por no decir el mejor. Pero ahora los jóvenes prefieren comprar en las grandes superficies porque llegan y aparcan en la puerta. Y en cambio a nuestra labor no ayudan nada los ayuntamientos. Fríen a multas a los vehículos mal aparcados cuando pienso yo que los días de mercado tendría que ser todo lo contrario, facilitar el estacionamiento. Así que ahora la venta da para malsacar un jornal».

En otra entrevista, decía: «aquí es donde peor porque cada vez viene menos gente al mercado, al haber pocos sitios para aparcar. Esto está muy mal». Y se quejaba de que tener un puesto en Estella sale mucho más caro (1.400 euros al año) que en otros sitios.



Otra imagen parcial del mercado de la plaza de Santiago. Decía en 2011 a la prensa el vendedor Juan Ferreras: «Mercados tan antiguos como éste existen en toda Europa (…), y constituyen todo un atractivo turístico. Por eso se cuidan y se miman». Del potencial de otros mercados se han dado cuenta administraciones como la vasca, que el año 2012, al cumplir 500 años, dio el Premio Euskadi de Turismo al mercado de Villafranca de Ordizia. Mientras tanto, nuestro mercado, que lleva en funcionamiento ininterrumpido desde el siglo XII o antes, es ignorado por una Administración autista que vive de espaldas a todo lo que puede beneficiar a nuestra tierra. Y hay pocas esperanzas de que cambie.

Que viene menos gente al mercado, es una evidencia que no sólo se debe a las dificultades para aparcar, sino, principalmente, a la demografía: cada vez hay menos gente en los pueblos, y la mayor parte de sus habitantes están en la Tercera Edad o en la vejez.

Algo imposible de combatir, y de efectos letales. Es como un globo que se va deshinchando poco a poco hasta perder casi todo el aire.

El comerciante lo sabe. No hace mucho, uno de prestigio, al que no le va mal, en síntesis me decía: Estella se ha convertido en un pueblo dormitorio de Pamplona, y malo. Estás horas y horas, y no ves pasar un alma por la calle: cuatro jubilados, y nada más. Los jóvenes están o trabajando fuera o estudiando. Los jueves desaparecerán. Los está matando los centros comerciales. Solo viene gente mayor.

Pero abramos una puerta a la esperanza. Si ésta es la situación normal de los pueblos, el fin de semana cambia, y el que vive en la ciudad y tiene casa en él, vuelve. Acude gente a las casas rurales, a los campings, a los hoteles, a las zonas naturales, etc. Los pueblos toman vida. La prueba está en que los mejores jueves del año son los del verano y el de Jueves Santo, cuando la comarca se llena de gente.

Hace cinco años, en base a consumos y residuos, la Mancomunidad de Montejurra calculó que en julio hay un 25% más población que en febrero. Se quedó corta: muchos pueblos duplican su población en verano. Es una evidencia.



De los mercados de la merindad, el de Viana, por la competencia de Logroño, se vio limitado a los cercanos valles de Aguilar y las aldeas de su partido. Los Arcos, en el periodo que perteneció a Castilla, por razones arancelarias vio reducido su ámbito de atracción, y vuelto a Navarra nunca alcanzó especial relevancia. Lerín fue la única villa ribera que tuvo mercado franco semanal (privilegio de Juan de Labrit en 1507), pero su declive, y desaparición a finales del XVIII, permitió la consolidación de Lodosa como centro comercial de la Ribera estellesa, favorecida por la concesión de mercado (1796) y feria (1817). Y, posteriormente, con la llegada del ferrocarril.

Hagamos pues un ejercicio de imaginación y pensemos, de haber concurrido parecidas circunstancias a las actuales, qué día de la semana hubieran elegido nuestros antepasados para mercado. La respuesta es evidente: en sábado. Y en sábado hay que hacer otro mercado en Estella.

Como vengo diciendo a todo el que me quiere oír, tenemos que conseguir que quien viene de San Sebastián o Pamplona al pueblo, al camping o a donde sea, no pase por Garbera o La Morea para traer las provisiones que en el pueblo no encontrará, sino que baje al mercado de Estella para comprar lo que necesite durante el fin de semana, y regrese a casa con el maletero lleno. Lo vengo repitiendo, con poco éxito, desde hace más de tres lustros.

Hay cosas que no comprará, pero sí los productos que ofrece nuestro mercado de los jueves. Productos de la huerta navarra, como espárrago y alcachofa, de los que Estella puede ser el mejor escaparate y proveedor.



La plaza de Santiago, abarrotada de público en los mercados de verano, que junto con el de Jueves Santo son los mejores del año. Y cuando hay gente en la calle, hay gente en el comercio.

Hace cinco años, un grupo de comerciantes intentó hacer del sábado un “jueves”. Preguntó a los vendedores, que se mostraron divididos, y mientras que unos decían que no acudirían, otros se mostraban dispuestos a probar. Pero todo quedó en nada. Quizá, por querer hacer desde el principio algo redondo.

Vayamos por partes y elijamos el momento. Empecemos por hacer en sábado una fiesta en torno a la alcachofa –la Asociación de Comerciantes sabe cómo hacerlo-, y en ella anunciemos que todos los sábados habrá venta directa del productor al comprador. Sigamos, con el espárrago, incluyamos el vino, el calbote, la pocha, el pimiento, el queso, y tantos productos de la zona, dedicando a cada uno una fiesta especial, en la que también se exponga y venda toda la gama de productos que ofrece nuestra tierra.



José Azcona, alias Butaca, y su hijo José Antonio, en su puesto del mercado. El padre pesa con la romana lo que parecen alubias verdes, o caparronas, según denominación local.

Completémoslo con promociones comerciales, pongamos animación callejera, hagamos que de vez en cuando coincidan con él otras ferias y actos (antigüedades, rebajas, encajeras… lo que se nos ocurra), y el éxito, excepto quizá en invierno, está asegurado. Entonces podremos decir, sin que suene a eslogan vano o a farol, que Estella es un Centro Comercial Abierto, que, además, ayuda al agricultor de la zona a vender y dar a conocer sus productos.

No pretendamos que salga gratis o sea negocio desde el primer día –como toda promoción, costará dinero-, y si porque el productor no puede hay que pagar a alguna persona para que venda alcachofas o espárragos, hagámoslo. Que no vengan los mismos vendedores que el jueves, no debe preocuparnos; si hay ventas, otros ocuparán su lugar.

El Ayuntamiento, que eche una mano en lo que pueda, y que no pretenda hacer caja. Al menos mientras no se consolide totalmente, si el mercadillo da ingresos, que los administre la Asociación de Comerciantes y los utilice en promocionar y animar el mercado. Esta es, resumida, mi visión de cómo hacer frente a esta crisis.



¿Seremos capaces de que, como sucedía en tiempos pasados, Estella tenga dos mercados semanales, o lo dejaremos morir poco a poco? La respuesta está en el aire.

Este año parece que la Asociación de Comerciantes pensó empezar con el espárrago, pero desistió porque el clima no ha acompañado. Que no desistan. Que lo hagan el próximo año, o quizá este verano y otoño con la pocha, el calbote (judía de color), el pimiento y el vino.

El tiempo se acaba. Estella tiene que darse cuenta que parte de su salvación está en el territorio que la rodea.

Es hora de que deje de darle la espalda. Hagamos comarca, demos nueva vida a esa región humana que es Tierra Estella.

Vídeo sobre el mercado actual en la plaza de Santiago: http://youtu.be/vPguxjHgJ5k 

Vídeo sobre el mercado actual en la plaza de los Fueros: http://youtu.be/2JvooQgFqfA

Para saber más:
Comercio y comerciantes en la Navarra del siglo XVIII, Ana M. Azcona Guerra.
Mercados geográficos y ferias de Navarra, José Manuel Casas Torres y Ángel Abascal Garayoa.
Sociedades mercantiles en los espacios urbanos del camino de Santiago (1252-1425): de San Juan de Pie de Puerto a Burgos, Juan Carrasco Pérez.

junio 2013

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© Javier Hermoso de Mendoza