La Guerra de la Independencia en Navarra (II)

Tierra Estella, base de la guerrilla de Espoz y Mina

Nombramiento de Francisco Espoz, agrupamiento de la guerrilla, su organización y la represión francesa. Desastres de Belorado y Baigorri.

La caída de Mina crea confusión y desánimo en el Corso Terrestre de Navarra. Se intenta nombrar un jefe, pero ante el desacuerdo de los cabecillas unos voluntarios se van a casa, otros pasan a engrosar pequeñas partidas, el grueso de los 700 infantes se pone a las órdenes de Pascual Echeverría, una pequeña parte se une a Miguel Sádaba (personaje valiente y fanfarrón, natural de Mendavia, había sido sargento del Ejército y se le consideraba dependiente de Echeverría), y los aproximadamente 100 jinetes que componen la caballería se van con Juan Hernández, natural de Viana, y conocido como el Peláu o el Tuerto.

El principal cabecilla, Pascual Echeverría, llamado el Carnicero de Corella, es un personaje poco recomendable y lleno de vicios, que ocupando su tiempo en francachelas elude en lo posible los combates.


Arriba, soldados franceses de Infantería y Caballería. Abajo, infantes franceses rechazando una carga de la guerrilla. Dibujos de Horacio Vernet.

Si en tiempos de Mina muchas guerrillas actuaban arbitrariamente contra los pueblos, y su comportamiento era poco recomendable, a su muerte camparon a su aire y se hicieron tan odiosas que el Ayuntamiento de Estella se quejaba de que robaban cuanto podían de las tiendas y fábricas de la ciudad, y el de Viana decía temerlas más que a las tropas francesas.

Espoz asegura que en ellas hallaban protección todos los forasteros del país, numerosos vagos y criminales huidos de la Justicia, los desertores de las tropas francesas, los navarros fugados de cárceles y presidios, así como gente de mal vivir. Respecto de los jefes, afirma que carecían de autoridad para contener los excesos de su desenfrenada soldadesca.

Vista la situación, Espoz se reúne en la pequeña aldea de Guetadar (Valdorba) con seis guerrilleros (Miguel Gurrea, Tomás Gainza, alias Tomasín, Luis Gastón, apodado el Chiquito, Pedro Miguel Sarasa, llamado Mala Alma y otro cuyo nombre no se conserva) que lo nombran jefe de la partida y sucesor de Javier Mina.

Él mismo da las razones de su elección y del nombre con el que lo conoce la Historia: «para conservar el prestigio del nombre de Mina (...) Convine finalmente con mis compañeros en que desde entonces me firmase Espoz y Mina».


Actualmente Guetadar es un despoblado, perdido en los montes de la Valdorba, que acoge un albergue juvenil. El valle, compuesto de pequeños pueblos, posee uno de los mejores patrimonios de arquitectura románica de Navarra. En la foto, el pueblecito valdorbés de Artáriain.

Elegido sucesor de su sobrino, la primera medida que toma es exigir que se sometan a su mando los jefes de las partidas. Para conseguirlo pacíficamente les dice que acaba de ser nombrado comandante del Corso Terrestre de Navarra por la Junta de Aragón y Castilla, a la sazón en Peñíscola, lo que no es cierto.

Al no obtener resultados, con sus seis compañeros se dirige a Lacunza y espera la llegada de Miguel Sádaba. Éste entra en el pueblo acompañado de tres hombres que se adelantan a preparar alojamientos a la tropa que les sigue.

Espoz le sale al paso, y «sin darle lugar a nada... me acerqué a él, y en tono de superior -dice en sus Memorias-  le reprendí sus excesos, los de su partida, y afeé también la conducta de Echeverría, su amigo; y por pronta disposición lo puse arrestado al cuidado de mis compañeros: quedóse el hombre sorprendido, dando muestras de abatimiento».

Cuando llega la tropa, la manda parar, les afea su conducta, y jugándosela a una carta se apea del caballo, se apropia de la bandera diciéndoles que es suya por haber sido de su sobrino, y con aire de gran enfado y fuertes voces les dice que el que no quiera ir con él puede volver a casa, para lo que le dará el dinero necesario.


Espoz. Retrato atribuido a Goya. Su perfil y, sobre todo, su pelo, difieren notablemente de los otros retratos conocidos.

Después de algún titubeo se le unen los 120 hombres del mendaviés, y «ya que tenía (...) la gente de Sádaba, puse a éste en libertad, y al día siguiente -sigue diciéndonos-  le conferí el título de mi ayudante mayor, distinción que le envaneció mucho; y satisfecho con esta muestra de confianza, fue desde entonces uno de mis mejores soldados y mi más constante amigo».

Al mando de esta partida amplía su campo de acción a Aragón, Guipúzcoa, Álava, La Rioja y Castilla, donde recibe el apoyo de las guerrillas locales, y refuerza su liderazgo una carta de Javier Mina, preso en Francia, en la que recomienda a sus antiguos partidarios «que se pusiesen sin rivalidades ni envidias a las órdenes de su tío».

Las partidas de Zabaleta (el Negro), Félix Sarasa (Cholín), Juan Villanueva (Juanito el de la Rochapea), Andrés Ochotorena (Buruchurri) y el párroco de Valcarlos aceptan los deseos de Mina, y con su incorporación al Corso Terrestre de Navarra éste alcanza  una fuerza de más de 600 soldados.


La plaza del Mercado, hoy de los Fueros, a principios del siglo XIX  tendría un aspecto muy parecido al que ofrece la imagen. Cuando en agosto de 1813 el Alcalde y dos jurados estelles se desplazaron a Tolosa (Guipúzcoa) para cumplimentar al general Castaños, éste ensalzó a Estella por haber sido "la cuna y el abrigo de nuestros insignes Batallones Nabarros y haber merecido el particular afecto de su asombroso caudillo el general Espoz y Mina".

Quedaba por sometérsele la partida de Pascual Echeverría que, como se ha dicho, era la más nutrida y fuerte de Navarra (en aquellos momentos doblaba a la de Espoz).

Para acabar con él se desplaza a Estella disfrazado, y ayudado por algunos vecinos (entre otros Jerónimo Navarro, del que hablaré con motivo de su apresamiento) hace circular el rumor de que los franceses preparan una fuerte columna para saquear la ciudad y establecer una base de operaciones con la que atacar a las guerrillas.

Conocida la noticia, Estella, angustiada, reclama la protección de Echeverría, que acude en su ayuda y aloja la tropa en los acuartelamientos dispersos y poco comunicados que Espoz ha elegido.

Mientras ésta, desarmada, se entretiene por las calles y mesones de la ciudad, entra Espoz a tambor batiente fingiendo que acude en ayuda de Echeverría, y todos los guerrilleros quedan embobados admirando la marcialidad de su gente.

Llegado a la plaza del Mercado, manda descansar armas, baja del caballo y, mientras sus voluntarios se apoderan de las armas que están en los acuartelamientos, se dirige a cumplimentar y ponerse a las órdenes de el Carnicero de Corella.


Irache, monasterio cercano a Estella donde fue fusilado Pascual Echeverría, alias el Carnicero de Corella.

Una vez neutralizada la guerrilla, detiene a Echeverría y a sus ayudantes (Zaratiegui dice que a Pascual lo detuvieron al devolverle la visita), y llevándolos a Irache los pasa por las armas (en fechas posteriores fusiló a Zabaleta el Negro y a Juan Hernández el Peláu).

Mientras tanto, los estelleses, sabedores de lo que está sucediendo, y temiendo lo peor, se refugian en sus hogares atrancando puertas y ventanas.

Cuando la ciudad conoce el resultado de la estratagema, salen jubilosos a la calle sus vecinos, echan a volar las campanas y encienden luminarias por calles y plazas.

Ezpoz llegó a Estella con poco más de 500 hombres, y salió, con más de 1.500, convertido en el único jefe de las guerrillas de Navarra.

Al contar con tanta fuerza creó dos batallones, uno de los cuales puso a las órdenes de Gregorio Cruchaga, que restablecido de sus heridas se había incorporado a la lucha al mando de su partida de roncaleses.


Idócin. Arriba, casa en la que nació Francisco Espoz. Abajo, una de las calles del pueblo.

La guerrilla se aprovisionaba con municiones robadas a los franceses en Pamplona y, sobre todo, de las que subía desde Valencia atravesando regiones enteras dominadas por el enemigo, lo que les obligaba a caminar de noche dando grandes rodeos por caminos extraviados, pagando grandes cantidades a bagajeros, guías y vigilantes.

Al llegar al Ebro, al estar controlados por los franceses los puentes, los vados, las barcas y las plataformas, para pasar de una a otra orilla utilizaban balsas de aneas y juncos que pueblos como Azagra preparaban.

No queda constancia de cómo eran esas balsas, pero podemos hacernos una idea viendo las barcas de totora que utilizan los indios uros en el lago Titicaca (Bolivia).

Por eso, dadas las grandes dificultades que tenían para proveerse de armamento, equipos y munición, los medios más utilizados eran:

a) Cogérselas al enemigo: «El que aprehendía un caballo -dice Espoz- lo montaba, y desde aquel momento era ya soldado de caballería; el que se apoderaba de una lanza y quería servir en esta arma, era lancero; y por este orden tenía mejor fusil, mejor bayoneta, mejor sable aquel que se lo proporcionaba del enemigo; y éste era el grande estímulo que había para arrojarse a empresas atrevidas».

b) Economizarlas usando las bayonetas: «Mis ataques -continúa diciendo-  eran frecuentes, y aunque en ellos, a los principios por necesidad, economizaba los tiros y hacía que nuestras tropas acometiesen a la bayoneta, después, aunque no escaseasen las municiones, aprendí en la táctica práctica que ésta era la manera de perder menos gente y terminar las acciones en menos tiempo y con mucha más ventaja; así se verá que en todos nuestros choques mis pérdidas eran infinitamente inferiores a las del enemigo».

c) Recuperarlas: Las balas de cañón y las granadas que quedaban sin explotar, bien fueran propias o del enemigo, se volvían a utilizar, gratificando al soldado o paisano que las entregara sin reventar, por lo que, terminada la acción, el campo de batalla era minuciosamente rastreado.


Barcas utilizadas en Navarra para cruzar el Ebro. Arriba, la de Mendavia, en fotografía de los años 50; abajo, la de Azagra (foto Luri). En tiempos de la Guerra de la Independencia sólo existían en Navarra los puentes de Tudela y de Lodosa, y eran varios los pueblos que hasta principios del siglo XX utilizaban barcas para pasar de una a otra orilla.

Cuando la guerrilla adquirió renombre internacional, los ingleses comenzaron a entregarle armamento que descargaban en los puertos guipuzcoanos. Pero su transporte hasta Navarra tampoco era sencillo.

A principios de 1813 los británicos desembarcaron en Zumaya dos cañones de a 12, municiones en abundancia, 2.500 vestuarios y otros efectos, que 600 guerrilleros ayudados de más de 400 caballerías y varias docenas de yuntas de bueyes condujeron en trece días (del 31 de enero al 12 de febrero) hasta Estella pasando por Cestona, Azpeitia, Azcoitia, Elosua, Legazpia, Cegama, Alsasua, Olazagutía y Zudaire.

Los cañones, que estaban reforzados, eran los más pesados y potentes de su tiempo, y su transporte debía realizarse por piezas: por un lado, las bocas de bronce, cuyo arrastre requería seis parejas de bueyes cada una; por otro, las cureñas de hierro y sus enormes ruedas; aparte se transportaba el avantrén o armón, y, finalmente, los carros de municiones.

Acosados en ocasiones por el enemigo, en el viaje tuvieron que atravesar bosques y ríos, montañas y barrancos, utilizando trochas y caminos poco frecuentados y evitando acercarse a las plazas ocupadas. Con frecuencia tuvieron que montar la pesada carga sobre leras (especie de trineos usados en las montañas vasco-navarras), y ocultarla o enterrarla cuando el peligro era extremo.

En el trayecto tuvieron que despistar al enemigo, defenderse del ataque de tres columnas, destacar avanzadillas, cambiar de ruta... Fue una gesta difícil de igualar, en la que intervinieron tres batallones guipuzcoanos, dos alaveses y uno navarro.

Una vez montadas las piezas en Estella, con ellas se consiguió la rendición de los fuertes de Tafalla y de Sos.


Uno de los numerosos meandros del Ebro a su paso por Azagra. En este caso, en la plana de Argadiel.

Vistas las dificultades para conseguir municiones, Espoz estableció en Navarra fábricas de pólvora y balas, para las que compraba el azufre y el plomo en Francia. Y cuando faltó el plomo, desmontó y fundió los tejados de iglesias y palacios, como los de Olite, Tafalla, el del Condestable Juan de Beaumont en Puente la Reina, o la capilla de Santa Ana en Tudela.

Para evitar que el enemigo se apoderara de esas fábricas, «la mayor parte de las noches mudaban de albergue, y dormían cuándo en población, cuándo en molinos, ferrerías, o chozas de pastores». Y si los franceses se aproximaban en exceso, para evitar que fueran descubiertas se enterraban  o trasladaban a parajes de difícil acceso.

«Las armas, después de encajonadas, se almacenaban -dice Espoz- en parajes cuyo conocimiento estaba reservado a muy pocas personas; así, cuando los cuerpos necesitaban algunas remesas, las recibían sin saber de dónde; y esta reserva fue muy necesaria para que el enemigo no las descubriese».

Sólo una vez pudieron los franceses descubrir y prender fuego a varios barriles de pólvora que se hallaban almacenados en el monte de Abárzuza. Y cuando en octubre de 1812 Abbé saqueó Estella, destruyó los hornos y morteros de fabricar pólvora que había en la ciudad.


Grabados que la viuda de Espoz regaló a la Diputación de Navarra. En ellos se describe la forma en que la División de Navarra fabricaba pólvora y balas.

En Azcona, pueblo próximo a Estella, cuatro vecinos se ocupaban constantemente en la fabricación de pólvora y balas. A uno de ellos (Ignacio Azcona, natural de Galdeano) intentaron prenderlo 500 infantes y 100 jinetes, pero no lo hallaron a pesar de haber registrado el palacio donde se encontraba.

En Iruñela, pueblo próximo al anterior, también se fabricaban cartuchos. Y en Aguilar de Codés hubo un maestro armero que reparaba los fusiles estropeados.

Pero la fábrica de municiones más importante se hallaba en Bigüézal, próxima al Pirineo, y  las balas de cañón se fundían de la Fábrica de Armas de Orbaiceta.


Uno de los hornos de la fábrica de armas de Orbaiceta, en el Pirineo navarro.

Los fusiles que utilizaban los franceses se disparaban fulminando el cebo de su cazoleta con la chispa producida por una piedra de sílex. Pesaban más de cuatro kilos y medían 1,53 metros. De calibre muy grande (17,4 mm), sus balas eran esféricas e iban alojadas, junto con la pólvora, en un cartucho de papel cerrado por ambos extremos.

No disponían de alza, tenían un alcance máximo de 600 metros, pero su efectividad era buena hasta los 120 metros, y pasable hasta los 250. Por eso, decían los veteranos del Ejército francés que «si uno estuviera seguro de que el enemigo le apuntaba a él y no a ninguno de sus vecinos de fila, se mantendría sin el menor temor durante el combate».

Se cargaban a pie, ofreciendo un fácil blanco, y el ejercicio de carga, muy complicado,  constaba de once operaciones reglamentadas.

Aunque los veteranos tenían varios trucos para agilizar los disparos, lo normal era «cuatro disparos cada tres minutos», disminuyendo la frecuencia conforme se ensuciaba el caño.

Al ser tan lentos, se volvían inservibles cuando los combatientes se acometían cuerpo a cuerpo o cuando los infantes tenían que hacer frente a cargas de caballería. En estos casos, el fusil sólo servía como soporte de la bayoneta.


Napoleón arengando al regimiento de granaderos de Augsbourg, por Pierre Gautherot

La infantería francesa solía combatir formando tres filas muy prietas: la primera, rodilla en tierra, la segunda en pie, y la tercera se encargaba de cargar las armas de la segunda. Lo normal es que cada combatiente llevara entre cincuenta o sesenta cartuchos, pero la escasez de munición hizo que la guerrilla llegara a entrar en combate con uno o dos.

En el ejército francés se distribuía una piedra de chispa por cada veinte cartuchos. Pero cualquier error en el corte de la piedra, los residuos de pólvora adheridos a ella, o un deficiente engrase del fusil anulaba la acción del pedernal, calculándose que la chispa fallaba una vez cada siete o diez disparos, según el tipo de arma.

El brillo (los ingleses fueron los primeros en empavonar el acero de sus armas) de aquellos fusiles se veía a gran distancia, lo que delataba la presencia de los soldados.

También brillaba el uniforme de los jefes, cuya aparatosidad y colorido los diferenciaba del resto de la tropa. A la hora de avanzar o de hacer fuego se colocaban al extremo de las filas, lo que permitió que los ingleses crearan unidades de tiradores para abatir a los oficiales.


Batallas de Talavera de la Reina, 28 de julio de 1809 (arriba), y de Fuentes de Oñoro, Salamanca, 5 de mayo de 1811 (abajo). En la primera, las fuerzas combinadas de García de la Cuesta y Wellington se enfrentaron al mariscal Perrin, quien tuvo que retirarse a Madrid. En la segunda, Wellington, con un ejército luso-inglés apoyado por la guerrilla de Julián Sánchez, alias el Charro, se enfrentó a Massena cuando trataba de socorrer la plaza de Almeida (Portugal).

La eficacia de aquellos fusiles dependía del tiempo atmosférico. La excesiva humedad, la niebla y, sobre todo, la lluvia, impedían que la pólvora humedecida se inflamara. Otro contratiempo era el fuerte viento que dificultaba cebar la cazoleta, y el frío que agarrotaba las manos del tirador.

Una partida capitaneada por Matías Ilzarbe, natural de Abárzuza, un 24 de diciembre atacó a una columna francesa sin disparar un tiro «porque conocí -dice en el parte- que tanto mis fusiles como los del enemigo estaban entorpecidos por la escarcha y la niebla y apenas podían cebar».

En esa acción, que tuvo lugar en el puerto de Otsondo (Baztán), Matías (murió a finales de febrero de 1813 durante el asedio de Sos) aprisionó a once franceses, «matando a la mayor parte de los restantes a culatazos, si bien algunos pudieron salvarse, validos de la niebla».

Cierta vez Espoz, al adentrarse en Álava se entera de que los generales Reille, Harispe y Pannetier le han cortado la retirada. Regresa a toda prisa hacia Estella, pero en el camino, junto a Desojo, «además de haber entrado la noche, sobrevino -nos dice- una tempestad tan horrorosa, con tal torrente de agua y tanta oscuridad, que nadie podía moverse sino a la luz opaca y precipitada de los relámpagos; y así, a la ventura y desbandada, anduvimos toda la noche. La tropa quedó enteramente descalza, las municiones perdidas y el armamento inútil (...) Yo me extravié con Cruchaga y varios otros jefes y fuimos a dar (en Legaria) en manos de ellos; y si me liberté de ser su prisionero con los que me acompañaban fue efecto de nuestra buena suerte».


Aspecto que ofrece el caserío de Baigorri cuando se llega de Lerín. Al fondo, a la derecha, las Peñas de Echávarri.

En su retirada, Espoz sube a las Améscoas, mientras que su tropa, dirigida por Sádaba, embarrada, descalza, calada, desorientada, y con la pólvora mojada, al amanecer ve que ha girado en redondo y se halla cerca de Los Arcos, donde descansan 5.000 franceses.

Sádaba, que tiene orden de subir hacia Montejurra, se desvía a Lerín para que la tropa descanse, pero se ve obligado a salir precipitadamente hacia Baigorri, donde la guerrilla es atacada y sufre una gran derrota con más de 400 muertos y unos 200 prisioneros.

El enojo de Espoz al recibir la noticia fue tremendo: «si, cuando reuní al resto de ella, Sádaba no fue puesto en consejo de guerra y fusilado... lo debió a no hallarse presente; pero me reservaba hacer que se le juzgase en ocasión oportuna».

Las circunstancias no se lo permitieron: tres días después Sádaba fue apresado y ahorcado por los franceses.


Napoleón en la batalla de Eylau (9 de febrero de 1807), por Antoine Jean Gros.

En los primeros años de campaña nuestros guerrilleros sólo llevaban fusil, bayoneta sin vaina, morral de lienzo, canana, camisa el que la tenía, navaja, un par de alpargatas de repuesto, pañuelo sobre la cabeza anudado en la nuca, larga faja liada a la tripa, y una pipa de yeso con tabaco. El vizconde de Naylies escribió: «Los españoles son muy sobrios: les basta con pan, agua y cigarros, pero este último objeto es de primera necesidad».

Los infantes franceses, por el contrario, iban cargados como bestias: capote arrollado sobre la mochila de piel de cabra, un par de medias polainas, dos camisas, dos pares de zapatos con suela y clavos de recambio, víveres de reserva, fusil, correajes para sostener la mochila, cartuchera, sable, y la vaina de la bayoneta. En total, unos treinta kilos, a los que hay que sumar el peso de aquellos chacos de cuero ornados de galones, penachos, cordones y águilas de metal que llevaban sobre la cabeza.

Los húsares vestían uniforme azul cielo con el dormán cuajado de trencillas y botones dorados, y pelliza escarlata con vueltas de piel negra y brandenburgos, o viceversa. Se tocaban con colbacs de piel negra, muy adornados y empenachados, y calzaban medias polainas. Las mantillas de sus monturas eran pieles de oveja adornadas con ancho galón.

Los dragones llevaban uniforme azul, peto y charreteras de color rojo, y pantalón, puños y capas de color blanco. Se tocaban con cascos altos y brillantes adornados con crines.

Los lanceros polacos se distinguían por sus uniformes verdinegros, con ribetes y galones amarillos. Chaquetillas muy cortas y pantalones largos y ceñidos. En la cabeza, un casco muy vistoso y exótico que terminaba en cuadro y se adornaba con un alto airón.

Los cazadores, tocados con chacos, vestían uniforme verde y llevaban la manta terciada sobre el pecho.


"Oficial de cazadores de la guardia imperial a la carga", cuadro de Théodore Géricault, 1812, Museo del Louvre, París.

Los gendarmes vestían pantalón amarillo y uniforme azul con charreteras, peto y vueltas rojas. Se tocaban con bicornios negros con cocarda tricolor y plumero.

Los lanceros llevaban chacos, capote gris, y su uniforme era azul. Las mantillas de sus monturas eran de color gris con galón blanco, y la portamanta azul.

El casco de los coraceros era de acero, con banda de piel negra sobre la visera, y cimera de cobre con pompón en su parte más alta, de la que una melena de crin negra les caía sobre la espalda. De la izquierda del casco les brotaba un enorme plumero de plumas de gallo teñidas de rojo. Su coraza era de acero, con hombreras doradas y vivos rojos en el cuello y las sisas. Vestían casaca corta azul con charreteras de lana roja, puños blancos de cuero, pantalón de gamuza o de piel blanca, y polainas hasta la rodilla. La mantilla, pistoleras y capotera era de paño azul galoneado en blanco. El capote, de color blanco.

Los jinetes llevaban dos pistolas de chispa, a las que los lanceros añadían un sable, y a excepción de los coraceros y de algunas unidades ligeras todos llevaban carabinas y mosquetones para hacer fuego a pie, además de bayoneta.

Los jinetes de Espoz, por el contrario, excepto los oficiales, que solían llevar una pistola, sólo empuñaban toscas lanzas, y los húsares tenían que contentarse con el sable cogido al enemigo o enviado de Inglaterra. En cuanto al vestuario, con frecuencia llevaban el que cogían a los franceses muertos, lo que les daba un aspecto variopinto y estrafalario.


Julián Sánchez, el Charro (grabado de Brandi). Natural de Santiz, Salamanca, había sido pastor de reses bravas, y cuando los franceses asesinaron a sus padres y ultrajaron a su hermana, formó una partida que lo hizo famoso. Peleó a las órdenes de Wellington en Ciudad Rodrigo, Arapiles y Vitoria.

Gleig, militar inglés, dice referente a la guerrilla: «A pesar de esta ausencia de uniformidad, el aspecto general de estos soldados de caballería era muy imponente. Montaban bien y marchaban con una especie de independencia, que si demostraba falta de disciplina en sus filas, no indicaba ninguna falta de confianza en sí mismos. En conjunto, y a pesar de todo, hacían pensar en una tropa de bandoleros, parecido que se hacía más sorprendente porque marchaban, no al son de la trompeta, sino al de sus propias voces. Cantaban una canción salvaje a una sola voz, repetida por otras tres, a las cuales, de tiempo en tiempo, se juntaban las de todo el escuadrón en un coro animado y muy musical».

¿Sería la Jota?, modalidad que trajeron a Navarra los voluntarios que participaron en los Sitios de Zaragoza. Seguramente que no. «Allí -dice Iribarren refiriéndose a la Jota y al Sito de Zaragoza-, entre el estallido de las granadas de los franceses, aquilató ese gesto heroico y ese tono bravío y ardiente que la distingue de las demás canciones regionales de España».

¿Qué se cantaba en nuestra tierra antes de aquél Sitio? Para mí es un misterio, pues las antiguas canciones desaparecieron sin dejar el menor rastro.


Antiguo grabado de la frontera que forma el río Bidasoa.

En cuanto al dinero, para no recurrir a los pueblos (éstos tenían que proveerle de alimento, vestuario o calzado) Espoz puso comisionados que recaudaban lo perteneciente a los Bienes Nacionales, y estableció unas contra-aduanas que le proporcionaron importantes ingresos fijos (la guerra incremento el tráfico comercial entre España y Francia, atrayendo infinidad de contrabandistas que una vez pagada la tasa circulaban por Navarra con total libertad, fuera de día o de noche, sin temor a ser robados, y, en muchas ocasiones, con escolta de la guerrilla).

Según el conde de Toreno, la contra-aduana era «un medio de sacar dinero quizá nuevo en la económica de la guerra. Y añade: Resultó de un convenio hecho con los mismos franceses, según el cual, nombrándose por cada parte interesada un comisionado, se recaudaban y distribuían entre ellos los derechos de entrada y salida. Amigos y enemigos ganaban en el trato, con la ventaja de dejar más expedito el comercio».


Vista parcial del valle de la Ulzama desde Lizaso. En este valle estableció "Cholín" el servicio de contra-aduanas.

El servicio de contra-aduanas se encomendó a Félix Sarasa, alias Cholín (un labrador analfabeto, pero listísimo, que apenas sabía castellano, y cuya familia fue deportada a Francia), que lo estableció en Larráinzar (Ulzama) y llegó a tener más de doscientos agentes.

Nos lo dice Espoz: Sarasa «era el vascongado más cerrado que había existido en Navarra», y hombre popular porque «no había feria, romería o cualquier clase de fiesta en pueblo grande, mediano o pequeño a que no concurriese el primero (...). Conocía y era conocido de todo el mundo, y no había camino, vereda o escondite que se le ocultase en todo el país».

Para depositario y repartidor, Cholín nombró a José Górriz, que tampoco sabía leer ni escribir.

La relación entre ellos era verbal -lo cuenta Iribarren-:

- Ahí te envías Cholín tresientas onsas; dis general que Cholín no tiene más.

Y Górriz, por el mismo conducto, contestaba en lenguaje parecido:

- Dise general que está bien, y que cuides muchos portillos y caminos.

Y sin más órdenes ni escritos, se reunían fondos que el depositario repartía entre los voluntarios según las necesidades que tuviesen.


Espoz en sus últimos tiempos, y con grado de general, pintado en Barcelona por Vallespín, y legado a la Diputación de Navarra por la viuda del general.

Volviendo al desarrollo de la guerra, cuando los franceses apresaron a Javier Mina ofrecieron una amnistía a los voluntarios que depusieran las armas. Pero alarmados por el auge que la guerrilla cogió bajo el mando de Espoz (el Corso Terrestre de Navarra, conocido ahora como División de Navarra, había pasado a tener más de 3.000 hombres), a principios de agosto de 1810 iniciaron una persecución en toda regla contra lo que para ellos era una nueva forma de hacer la guerra.

El conde de La Forest le decía al ministro de Asuntos Exteriores de Napoleón en carta de 26 de julio de 1810: «Las cuadrillas en general hormiguean por todas partes y parecen mostrar más audacia que antes. No existe, ciertamente, un ejército español que pueda merecer esto nombre; pero es evidente que el enemigo, buscando el género de guerra que las circunstancias le señalan, se ha desparramado en todas direcciones, mientras que nosotros ocupamos con grandes contingentes las posiciones principales. Esta manera de sustraer el país a la sumisión operada por las armas imperiales hace cada vez más penosa para los habitantes la opresión insurreccional. Ella priva, por otra parte, al Gobierno Real de todos sus recursos y contribuye a su hundimiento. El mal ha tomado una extensión que demanda la más seria atención».


Puente del Diablo o de Jesús sobre el río Iratí, a la salida de la Foz de Lumbier. Su único arco tiene ocho metros de luz, y se alza a quince metros del agua. Contruido en el siglo XVI, fue hundido por los franceses en el año 1812.

Para aniquilarlo Napoleón envió a Navarra al conde de Reille, que junto con los gobernadores militares de Aragón, Álava, Burgos y Guipúzcoa preparó una batida general que inició el 6 de agosto, con 20.000 hombres al mando de siete generales, y duró mes y medio.

Perseguido por una columna de Guardias Imperiales (los mejores soldados del Imperio), y obligado Espoz a replegarse hacia Estella, se refugia en la sierra de Andía, de donde pasa a La Barranca.

Vuelve a subir a la sierra, y bajando por Ollo se apodera de la guarnición de Puente la Reina dando fuego a sarmientos mezclados con paja y guindillas secas, lo que produce un humo irrespirable. Para cuando llegan los refuerzos, Espoz está nuevamente en Estella, de donde huye a Lumbier, y por Aibar vuelve a Puente la Reina.

El general Doumotier llega a Estella en busca del guerrillero, registra las casas buscando armas, y al no encontrarlas fusila a Lázaro Marín. Poco después regresa y fortifica el convento de San Francisco, convirtiéndolo en uno de los mejores fuertes del reino después de Pamplona, y equipándolo para albergar 1.000 soldados de infantería y un destacamento de caballería. Detiene a 13 vecinos, y los lleva a Pamplona, de donde alguno es deportado a Francia.


Echarren de Guirguillano, llamado popularmente Charrinchulo.

A partir de ese momento la vida de los estelleses se hace aún más difícil, viéndose obligados, bajo pena de muerte, a servir de enlace con otras guarniciones. Para conseguirlo, se toma a las familias como rehenes hasta el regreso de los emisarios con la confirmación de haber entregado el mensaje.

Nuevamente acosado, Espoz parte de Puente la Reina hacia Echarren de Guirguillano, y continúa hasta la Ulzama. De allí pasa a la sierra de Urbasa, donde sin municiones y alimentos recibe la noticia de que 20.000 hombres se disponen a cercarle.

«En mi última desesperación -dice Espoz- pasé a Zudaire, donde despedí a la caballería, para que se dirigiese a pasar el Ebro en dirección de Castilla, y yo rompí por entre los franceses a ganar por Salinas de Oro el puente de Belascoáin, que también estaba cerrado por ellos; pero atropellé la guardia, llevándome siete prisioneros de caballería» (en estas operaciones participó un mozo guipuzcoano, ancho, bajete y cargado de espaldas, que había peleado en la batalla de Tudela, en los Sitios de Zaragoza y con Mina: Tomás Zumalacárregui).


Trazado del río Ebro en el término municipal de Azagra según plano del siglo XIX. En él se pueden apreciar los grandes sotos existentes entre los pronunciados meandros, lo que dificultaba la visibilidad y facilitaba el paso de la tropa. Abajo, a la derecha, puede verse el lugar en el que estaba la barca.

Pasa Espoz a la sierra de Aláiz, y se dirige al Ebro, que cruza por Azagra utilizando balsas de anea. En Calahorra encuentra a su caballería, y a las fuerzas de Cruchaga, que llevaban 24 horas seguidas de marcha y habían hecho el día anterior, medio descalzos y sin alimento, más de 60 kilómetros (al año siguiente, éste general y el 2º batallón llegaron a hacer 90 kilómetros a pie en 24 horas).

En esta zigzagueante huída de más de 800 kilómetros, la División de Navarra dejó por los pueblos centenares de heridos y estropeados, muchos de los cuales fueron asesinados por los franceses, y sus efectivos se redujeron a menos de la mitad.

«Rodeados siempre  de innumerables  columnas -recuerda Espoz- que  apenas nos  dejaban tiempo para tomar un escaso alimento y para reparar con el sueño nuestros fatigados miembros, desnudos y descalzos la mayor parte de los voluntarios y en el mayor estado de miseria, extraordinario era que pudiéramos volver a reunimos la mitad cuando más del número que había cuando tan tenaz y viva persecución diera principio. Inevitable fue el rezague de infinitos, disimulable su natural dispersión, y sensible la muerte de no pocos por falta de fuerzas para resistir, y muy dolorosa la barbarie que usaron los enemigos, fusilando sin piedad a los que hallaban en los caseríos casi moribundos. Este proceder era efecto de las órdenes expedidas por el general Reylle para no darnos cuartel».


Dos imágenes bien distintas de Napoleón cruzando los Alpes. A la izquierda, de Jacques-Louis David, en el Musée nacional du château de Malmaison. La segunda, de Paul Delaroche, en el museo de Liverpool.

Estando en La Rioja se entera de que una columna marcha contra él. Constantemente atacado, falto de munición, de alimentos y mal calzado, caminando durante tres días y tres noches por país desconocido, sube a Soria, de donde pasa a Aragón, sigue hacia Guadalajara, y en Tierzo recibe el despacho con su nombramiento como coronel y comandante general de las guerrillas de Navarra.

Espoz ansiaba ese nombramiento, con el cual su guerrilla pasaría a constituir un cuerpo militar, y sus voluntarios, en caso de ser hechos prisioneros, no serían tenidos por brigantes y fusilados como bandidos, sino que gozarían de la consideración de soldados del Ejército regular y podrían ser objeto de canjes.

Pero antes que a él el nombramiento de comandante le fue dado al prior de Ujue (del que ya he hablado).

Momento en que nuestro héroe pasó miedo de ser asesinado y se rodeó de un grupo de soldados leales. «Usted no sabe -dijo a un biógrafo- qué gente es la que yo tengo. Me hallo en la triste situación de contar por momentos la existencia de mi vida. Necesito prontamente emplear algunos cartuchos para hacerme de temer, y cuando estoy a solas me parece que veo delante de mí una mano armada de un puñal en actitud de partirme el corazón.»


Bustos de Espoz en bronce. A la izquierda, regalo de su viuda al Ayuntamiento de La Coruña. El de la derecha se conserva en el Ayuntamiento de Zaragoza.

De Tierzo pasa a Molina de Aragón, donde recibe de Pannetier un ultimátum de rendición con la amenaza de encarcelar a los parientes de los guerrilleros y despojarlos de sus bienes.

De regreso a Navarra, con el apoyo de un batallón de riojanos y alaveses y un escuadrón riojano de lanceros, el 10 de octubre de 1810 ataca sin éxito la guarnición de Tarazona, y cuando se retiran a descansar son atacados por una columna de mil jinetes.

Espoz, junto con Cruchaga y 60 jinetes, sale al encuentro de los franceses para dar tiempo a que la infantería se ponga a salvo. Al verlos, los atacantes se detienen, y tras unos momentos de indecisión Espoz vuelve grupas y es perseguido.

Cruchaga, por auxiliar a uno de sus soldados, recibe un sablazo en la cabeza que lo derriba al suelo, donde los franceses lo dan por muerto.

Cuando el de Idocin se entera de que su segundo esta herido en campo francés, ordena atacar a la infantería, y lo hace con tal bravura que los gabachos se retiran con precipitación y en gran confusión. Él, que pelea como un soldado más, resulta herido de bala en un brazo.


Napoleón en Wagram, localidad cercana a Viena en la que se enfrentó a las tropas del Archiduque Carlos el 5 de julio de 1809. Tras un comienzo incierto, la batalla la ganó el Emperador. Como consecuencia de la derrota, Austria entregó varios territorios a Francia, firmó con ella una alianza, y un año después casó Napoleón con una hija del archiduque austriaco. Cuadro de Horace Vernet.

Los dos jefes vuelven a su tierra para reponerse de sus heridas, y la División de Navarra, mandada por Lucas Górriz, sorprendida por la caballería francesa en los llanos de Belorado (Burgos) sufre una tremenda derrota en la pierde la mitad de sus efectivos. Francisco de Longa, guerrillero vizcaíno que tiene su base en el norte de Burgos, ayuda a los restos de la guerrilla a vadear el Ebro para que pueda regresar a Navarra.

Los franceses la dan por acabada, y Reille fija carteles que dicen: «Navarros: vuestros voluntarios fueron deshechos en Castilla; los campos de Vilorao (Belorado) se hallan teñidos con su sangre y sus tristes cadáveres yacen allí para pasto y sustento de las aves. Los jefes principales fueron heridos en Tarazona y las míseras reliquias de esas bandas, errantes por esos montes solitarios, se entregarán al fin o caerán por fuerza en nuestras manos. Desengañaos de vuestro error, poneos de nuestra parte y prestad obediencia a las órdenes del Gobierno».

Espoz, al saber del desastre, creyó volverse loco, y lloró al enterarse de que 80 prisioneros llevados a Santo Domingo de la Calzada fueron pasados por las armas.

Este masivo fusilamiento era un exponente más del sistema de terror instaurado por Reille, general que creó una Policía Militar que puso al mando de Jean Pierre Mendiry. Hombre desalmado que sembró de terror todo Navarra, y era considerado «más terrible (...) que la guerra, la peste y la hambre». En cierta ocasión, se empeñó «en hacer que el vicario del lugar de Torres fuera afusilado a presencia del Santísimo Sacramento, al tiempo de la procesión» del Corpus.


Grabados de Goya de la serie "Los desastres de la guerra"

Natural de San Juan de Pie del Puerto, llegó a ser tan odiado, que medio siglo después, como si fuera el coco, las madres navarras amenazaban a sus hijos con ir a buscar a Mendiry. Y en los últimos años de la guerra, bloqueada Pamplona y creyéndole en la ciudadela, el Gobierno español ordenó que no se admitiera la capitulación si no lo entregaban.

En un juicio que sufrió en Bayona, el abogado acusador lo presentó como «orgulloso, cruel y sanguinario, investido de todo el poder para encarcelar, deportar, multar y hacer morir a los ciudadanos cuyo único crimen era tener una patria y querer sacudir el yugo del invasor, Mendiry, dueño de vidas y haciendas, cometió muchos crímenes y derramó mucha sangre inocente».

Según ese abogado, Mendiry no dejaba entrar a nadie en su alojamiento, y los que pedían gracia o favores tenían que hacer donativos a su amante, con los que consiguió acumular una fortuna considerable. Ella, Pepa Landarte, que había sido carnicera y estaba casada con un pamplonés, llegó a ser la persona más influyente de la ciudad.

Otro abogado dijo que aprisionó y mató a sacerdotes, alcaldes, regidores y parientes de voluntarios. Los hogares quedaron vacíos y las cárceles abarrotadas. Hizo perecer en el patíbulo a 300 ciudadanos, apresó a 5.000 personas, y deportó cerca de 500 navarros, entre ellos a 50 mujeres y 130 sacerdotes. Las ejecuciones las realizaba sin proceso y sin oír a los condenados, impidiéndoles recibir los auxilios espirituales cuando eran llevados al cadalso.


Límites de Navarra,  caminos,  carreteras, y accidentes geográficos más importantes según plano de la época. Puede verse cómo, en aquella fecha, pertenecía a Navarra la Guipúzcoa que baña el Bidasoa.

En los primeros tiempos de la guerra los franceses actuaron de manera despótica, matonesca y brutal, robando, saqueando y destrozando por sentir el placer de la venganza. Manifestaron un fuerte desprecio hacia los españoles, y se ganaron a pulso su enemistad y odio, alimentando en ambas partes una fuerte espiral de violencia.

A esta primera etapa sigue otra en la que practica el fuego, la violación y el asesinato, por lo que los pueblos, al conocer su proximidad, huyen a los montes con todo lo que quieren salvar del pillaje, o emparedan y entierran su dinero, esconden la leña y el carbón, y derraman el vino y el agua para que no puedan aprovecharla los invasores.

La soldadesca francesa es pendenciera, jugadora, comilona y borracha. En España se aficiona al vino (el vino francés no tenía la difusión ni la popularidad actual), y adoptando la bota encuentra en ella consuelo a sus penas.

«Es una desgracia que el vino sea tan abundante en España», decía un militar francés. Y emborrachados por un vino más fuerte que el de su país, embriagados encuentran muchos el final de sus días.

En Ablitas (Navarra), hasta finales del siglo XIX un vecino conservaba una ristra de orejas de soldados franceses que su abuelo había matado con el azadón cuando bebían agachados y a morro en una tina de su bodega.


Proximidades de Idocin, pueblo natal de Espoz, con la mole de la Higa de Monreal cerrando el horizonte. Foto marqués de Santa María del Villar.

Los jefes, a excepción de Suchet, y empezando por Soult («el más voraz de todos», en palabras de Napoleón) se comportaban con avidez de oro y riquezas, dejándose sobornar y corromper.

En Tudela, por ejemplo, el comandante Cournier de Pilbert permitía que la población enviara suministros a la guerrilla a cambio de regalos. En otras ocasiones los vecinos se libran de represalias sobre sus vidas y haciendas entregando dinero.

Pero más que la rapacidad, lo que enerva a los españoles es la impiedad de la mayoría de los franceses (hubo excepciones: en Ejea, dos soldados salvaron su vida porque llevaban en el cuello una medalla de la Virgen del Pilar), y sus alardes contra las creencias del pueblo.

La mayoría de los invasores no creía en el más allá, y cuando veían a un compañero muerto, decían: «Ese ya no necesita nada -dice Rocca-; he aquí uno que no se emborrachará más». Ésa era la única oración fúnebre que les merecían sus propios compañeros muertos.


Varios retratos de Napoleón, en varios de los cuales se ve la melena que llevaban soldados y jefes. Arriba, a la izquierda, como general; a la derecha, como teniente. Abajo, a la izquierda, como emperador; a la derecha, como cónsul.

Volviendo a la División de Navarra, por el mes de septiembre de 1810 un sargento natural de Mañeru fusiló en Zumbelz (valle de Yerri) al teniente coronel Julián Morales, al teniente capitán Juan Bautista Iñurígarro, y al capital Joaquín de Urquidízar.

Más tarde el sargento apareció muerto en raras circunstancias, y Espoz afirmó no haber ordenado la muerte de los tres militares, lo que no parece creíble pues habían sido enviados por la Regencia para reorganizar la División de Navarra y él no estaba dispuesto a aceptar la intromisión de nadie.

Al mes de estos fusilamiento fue asesinado en Lerín el marqués de Ayerbe, primo de Palafox, cuando se encaminaba al Roncal para pasar a Francia con la intención de liberar al Rey, preso en Valençay.  Iba el marqués disfrazado de arriero, en compañía de un pequeño grupo de personas, y con los dineros que había podido reunir (la Regencia se negó a participar en la operación).

Detenidos cerca de Lerín por dos soldados de la caballería guerrillera, los acuchillaron para robarles y nunca se pudo averiguar quienes fueron los asesinos.

Algunos atribuyen su muerte a instigaciones de Espoz, lo que no parece cierto, pues por aquellas fechas estaba huido en los campos de Soria.


Lerín. Arriba, grabado de L´Illustration Française del año 1873. Abajo, fotografía actual. Esta sería la imagen que vería el Marqués de Ayerbe cuando se acercaba al pueblo en cuyas proximidades fue asesinado.

Los miembros de la División de Navarra que sobrevivieron a Belorado se presentaron en Lumbier medio desnudos, sucios, llenos de piojos y liendres... Como medida sanitaria Espoz les rapó (para dar ejemplo él también se cortó el cabello) «las grandes matas o guedejas de pelo que de ambos lados de la cabeza les colgaban hacia las sienes y cruzaban por detrás de las orejas» para ser recogidas en una coleta bajo la nuca.

Fue una medida muy impopular y mal vista por la tropa, que la consideraba una mutilación porque para ellos el pelo largo era signo de varonía y atributo guerrero (Napoleón y sus tropas llevaron melenas hasta la batalle de Marengo,  Godoy ya había rapado al Ejército, y la coleta sólo permaneció en la Marina como medio para rescatar a los que caían al agua: «salvarse por los pelos» viene de que a los náufragos los sacaban del agua cogiéndolo por la coleta).

Una vez pelados, aprovechó un respiro para formar a sus gentes en la disciplina militar, y los vistió con un uniforme que consistía en sombrero de copa alta con escarapela roja, chaqueta parda de botones blancos con el cuello y las vueltas de colores vivos -carmesí, verde y amarillo-, distintos para cada batallón, pantalón corto y pardo, medias de lana y alpargatas abiertas o zapatos.

Con el nuevo vestuario, que era el mismo que Mina había dado a las fuerzas del Corso Terrestre de Navarra, y parecido al que usaron los voluntarios navarros contra los Ejércitos de la Convención, los guerrilleros ganaron presencia pero perdieron movilidad.

(continuará)

junio 2008

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© Javier Hermoso de Mendoza