EL CARNAVAL I

Después de siglos de represión, años de desprestigio y décadas de prohibición que llevaron a la desaparición de casi todos los Carnavales de España, desde hace unos veinte años el Carnaval rural y urbano está experimentando en Navarra un pujante resurgir cultural y festivo, que se manifiesta en la recuperación de antiguas manifestaciones desaparecidas, o en la creación, sobre la base de antiguos recuerdos, de nuevos ritos y representaciones.

Estella no ha sido una ciudad cuyo antiguo Carnaval pueda suscitar el interés de antropólogos o eruditos, pero estos últimos años, gracias a la labor de la Peña "La Bota", de la ikastola "Lizarra", y de los grupos y personas que con ellas colaboran, la ciudad del Ega se ha convertido en un ejemplo de la recuperación de la fiesta, creación o adaptación de formas nuevas, y matraz en el que se mezclan casi todas las formas de las manifestaciones del Carnaval rural que se dan en Navarra. Por eso, si alguien quiere conocer el Carnaval de nuestro "antiguo Reyno", en Estella puede encontrar, una a una, casi todas sus manifestaciones, acompañadas, también, de lo que podemos llamar Carnaval urbano o de disfraces.

De todo ello espero ofrecer, en éste y en los reportajes que le sigan, un testimonio gráfico y escrito que espero sea ilustrador, sencillo y ameno, comenzando por lo que es y ha sido el Carnaval.

Como por razones evidentes no existen testimonios gráficos de épocas pasadas, a falta de material más adecuado lo acompaño de fotografías del Carnaval urbano, moderno o de disfraces, que podemos ver en Estella la tarde-noche del Sábado de Carnaval.

Para facilitar la lectura de este reportaje, conviene tener presente que los textos en redonda y en cursiva son independientes, por lo que conviene hacer dos lecturas distintas.


Los gigantes ocupan un lugar central en el Carnaval navarro.

Los pueblos, en la antigüedad, adaptaban su vida a los ciclos que marcaban las fases del sol y la luna, y a una naturaleza que año tras año parecía morir en invierno para resucitar en primavera, y tras las fases de desarrollo que representaban el verano y el otoño, volver otra vez a la hibernación y a la muerte aparente.

Sujetos a esos ciclos vivían los antiguos, y esos mismos ciclos fueron la base sobre la que la cultura greco-romana apoyó gran parte de sus manifestaciones culturales, las cuales han llegado hasta nosotros modificadas en sus formas pero ancladas en sus fechas, ya que el ritmo festivo de mediados de diciembre a comienzos de marzo es bastante parecido en el calendario pagano de los últimos tiempos del Imperio y en el cristiano.

Como dice Caro Baroja, la religión cristiana ha permitido, a lo largo del año, que el calendario se ajuste a un orden pasional, repetido a lo largo de los siglos: a la alegría familiar de la Navidad seguía el desenfreno del Carnaval, y a éste la tristeza obligada de la Cuaresma. En oposición a la triste y otoñal fiesta de Difuntos, están las alegres fiestas de primavera y verano.


Y, como no podía ser menos, también desempeñan un importante papel en el de Estella.

Los romanos de la época imperial, el 5 de marzo de cada año celebraban la fiesta de la diosa Isis. Con tal motivo una procesión en la que intervenían personas disfrazadas recorría las calles de las ciudades llevando sobre un carro un barco que, en las ciudades costeras, se botaba en la mar. Esta celebración era la fiesta de "Isidis Navigium", y al barco que transportaba la nave le llamaban "Carrus Navalis".

Muchos estudiosos, equivocadamente al parecer, han atribuído a ese "Carrus Navalis" el origen de la palabra Carnaval. Quizá, como dicen otros tantos eruditos, esa atribución sea equivocada y el nombre tenga otro significado y procedencia.

Pero ese "carro naval" ha permanecido en la memoria de los pueblos, y en España eran muchas las poblaciones costeras que durante el Carnaval paseaban una carroza en forma de nave. En Reus, concretamente, sobre un carro arrastrado por más de diez caballerías transportaban un barco que llegaba a pesar más de setenta toneladas, y desde el que hombres vestidos de marineros echaban dulces y flores a las gentes que contemplaban el cortejo.


Los disfraces de Antonio Jordana son otro elemento característico: desde la recuperación de la fiesta, todos los años da vida a un personaje diferente.

También con disfraces celebraban los romanos, el 9 de enero, la fiesta de Jano. Ese dios de dos caras que parece unir el pasado y el futuro, la muerte y el renacer. Quizá por eso en muchos pueblos el Carnaval no se limitaba a la celebración del Domingo, Lunes y Martes anteriores al Miércoles de Ceniza que da paso a la Cuaresma, sino que lo comenzaban -y comienzan- en fechas distintas (Ituren y Zubieta, por ejemplo, lo celebran el lunes y martes anterior al último domingo de enero), dándose el caso de pueblos de Guipúzcoa que lo iniciaban nada más pasar Navidad, y generalmente por San Antón (17 de enero).

Desde esa fecha, jueves a jueves (Jueves de Compadres, o "izekunde"; Jueves de Comadres, o "emakunde"; y Jueves Gordo, Lardero, u "orakunde") se celebraba hasta alcanzar el clímax en las tres fechas señaladas, y sobre todo el Martes de Carnaval. Tanta importancia tenía ese día, que en muchas partes de Guipúzcoa a todo el periodo se le llamaba "Asteartiñak" (=plural de martes, o los martes)

Lo que nunca sucedió es que se celebrara en Cuaresma, como ahora lo hace algún pueblo que pretende dar la nota y ser original sin base en qué apoyarse.


Esta vez nos ha llegado desde el lejano Oeste, con su alazán, su repetidora, sombrero, botas, espuelas y guitarra.

No parece que busca pelea, sino un colmado en el que comer unos chilaquiles, beber un trago de mezcal, y entonar sentidas y desgarradoras rancheras.

Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial y hegemónica del mundo romano, para evitar choques frontales con la cultura y las costumbres de los pueblos tuvo que cristianizar fechas y celebraciones, colocando un santo donde antes había un dios pagano, y dando un carácter cristiano a las celebraciones y fiestas paganas.

Lo hizo en la sociedad romana y europea, y lo hizo también en la sociedad americana. Por eso se dice que en muchos sitios de Europa y América, donde hoy hay un templo cristiano antes hubo otro pagano; donde hoy hay un templo dedicado a San Miguel, antes había un altar pagano en el que se ofrecían sacrificios a los dioses; donde se celebraban ritos a los dioses paganos se colocaron santos (San Sebastián, Santa Águeda, San Blas, los Inocentes, etc.) que hoy aún se celebran con pujanza.


Por eso los Pies Negros, Apaches, Mezcaleros y otras tribus, tranquilos y confiados disfrutan de la fiesta.

Fue una forma de evangelización muy sabia: allí donde por costumbre, cultura, inercia u otros motivos el pueblo iba a celebrar, orar, o hacer sacrificios, pudo seguir haciéndolo, pero en vez de un motivo pagano encontraba un sustituto cristiano.

En este sentido, uno de los argumentos que con más frecuencia han empleado los protestantes contra la Iglesia Católica, es la de considerarla como heredera del Paganismo, por haber recogido, aunque sólo sea en su forma, cantidad de fiestas y advocaciones de las religiones clásicas griega y romana, incorporándolas a su ritual. La crítica es excesiva, pero basada en una realidad innegable.


También la disfrutan estos "manitos" de Aguascalientes, que pasito a pasito se dirigen a su encuentro.

Esta forma de actuar también tuvo sus inconvenientes, pues al culto cristiano se le adhirieron formas paganas que, a pesar de los intentos de la jerarquía eclesiástica por acabar con ellas, han perdurado a través de los siglos. Entre estas adherencias figura no poco de las celebraciones carnavalescas.

Quizá por ello el Carnaval siempre pesó sobre la Iglesia, la cual intentó repetidamente suprimirlo. Ya en el siglo III, Tertuliano lamentaba que los cristianos celebraran las "Saturnales", las "Kalendae" de enero, las "Brumalia" y las "Matronalia", fiestas paganas que forman parte del substrato de nuestras celebraciones.

Y por las mismas fechas, en España estaba tan extendida la costumbre de disfrazarse de animales o de mujer, que la Iglesia imponía a los que así lo hacían una penitencia de tres años.


Como nuestro Carnaval es internacional, de los bosques de las Galias nos ha llegado el hijo de Obelix con su inseparable menhir. Ahí lo ven, pequeño pero fuerte, con la piedra a cuestas, superando las marcas de nuestros Perurenas y Saraleguis.

Pero sea cual sea la cantidad y cualidad de las adherencias paganas que en el Carnaval existan, éste, tal y como durante siglos se ha vivido y entendido, no hubiera sido posible sin el cristianismo. No se puede entender el Carnaval sin la Cuaresma.

El Carnaval era un periodo de desenfreno que daba paso al rigor y tristeza de una Cuaresma en la que se tenía que ayunar, estaba prohibido comer carne, no se podía dar culto a los santos, ni celebrar bodas, bautizos, ni otras manifestaciones alegres.

La Iglesia asociaba la falta de razón a la alegría y, como señalaba fray Hernando de Talavera, "Contra el sexto mandamiento se peca también deleitándose en hablar mucho y en reír". Por eso el cristiano debía tender hacia la tristeza; hacia la vida entendida como un "valle de lágrimas".


Quienes no van en son de paz son D´Artañang, Du´Guesclin y El Zorro. Por su desafiante mirada y la resolución de su caminar parece que van buscando gresca.

Pero este periodo cuaresmal, largo y triste ("La Cuaresma sólo se hace corta al que tiene que pagar en Pascua", decía un refrán), no era posible abordarlo sin el desenfreno con que días antes se celebraba el Carnaval.

Tan necesario era este periodo de relajación y adaptación al rigor de la Cuaresma, que hasta en los conventos de clausura se permitía a los monjes el que salieran a tomar el sol y a pasear por el campo durante los días de Carnaval.


Esta Geisha, en cambio, con una chaqueta en la mano aguarda a las niñas...

"Carnestolendas", y "Antruejo" eran los nombres con los que antiguamente se conocía el Carnaval en España. "Carnes tollendas" era el periodo en el que se debía dejar de comer carne, como "Carnal" era el periodo en el que se podía comer, y "Carnestoltes", ya en la Cuaresma, el periodo en el que se había dejado de consumir carne.

"Carnestolendas", pues, era el último periodo (hoy conocido como Carnaval) en el que se podía consumir carne antes de que entrara en vigor el rigor de la Cuaresma.

Era, pues, un periodo que intensamente se aprovechaba para divertirse y hacer comidas pantagruélicas.


... que pacientes esperan a que Merlín el Mago...

Este mismo significado está en el origen de la palabra Carnaval, derivada de "carnal" (=carne), y sobre cuyo origen, español o italiano, no se ponen de acuerdo los autores.

"Carnestolendas" y Carnaval siempre han sido lo contrario a la Cuaresma, y así los consideraron nuestros clásicos, enfrentando en combate a Don Carnal con Doña Cuaresma.

También en habla vasca el Carnaval se conoce con dos palabras que responden al mismo significado: "Aratuzte" y "Aratiste", compuestas de "aragui" (=carne), y "utzi" (=dejar).

Las otras denominaciones ("iñaute", "iñauteri", "inoteri", "iyoti") son, a mi juicio, de más reciente creación, pues derivan de verbos como "iñakindu" (=burlar) e "iñakura" (=burla), con lo cual su significado sería "época de burlas abundantes".


...termine de repartir chucherías a estas chinitas, y las obsequie a ellas.

El Carnaval representaba también una inversión en los roles ciudadanos, y la sociedad parece que buscaba su equilibrio social permitiendo unos días de aparente desequilibrio en el que el pueblo se divertía sin límite y rompía los moldes sociales: el rico se vestía de pobre, el pobre de rico, y ambos se vestían de mujer.

Era tiempo de cambiar de carácter por unos días o unas horas, y de desquitarse de frustraciones y pesares. Así, los mozos disfrazados se vengaban de las mozas, manchándolas, pinchándolas, o zahiriéndolas. Y como de los adultos no se podían vengar, descargaban sus palos sobre niños y adolescentes (¿Ritos de iniciación?, quizá).


¿Ver a Merlín tan solicitado será lo que hace sonreír a este payasete? ¿O estará esperando turno para que a su niño también le de una bolsita caramelos?

Para la mujer, totalmente desplazada de la celebración carnavalesca, y considerada como sujeto a zaherir, éste periodo también tenía su parte agradable: desde Navidad hasta Cuaresma no hilaban.

Esta prohibición cultural se debía, según el decir de las gentes de la época, a que siendo periodo de comidas abundantes y grasientas, al hilar dejaban restos de grasa que comían los ratones junto con el tejido al que estaban adheridos.

El Carnaval fue también motivo de venganza: amparados en el disfraz y la máscara, había quién aprovechaba para ejercer su particular venganza, y a veces los muertos eran algo más que una anécdota.


Con la llegada de la noche hacen su aparición las brujas, que transportadas por las escobas abandonan el "Akelarre" y acuden a la fiesta.

En los siglos XVI, XVII y XVIII, en Madrid se celebraba "el entierro de la sardina", inmortalizado por Goya en uno de sus cartones, y parece que desde la villa y corte el nombre se extendió por todo el país.

La fiesta consistía en que la gente del pueblo se disfrazaba, generalmente de gentes de iglesia, y con estandartes y pendones, escobas, jeringas y orinales, acompañaban a un odre de vino al que le habían puesto una careta con una sardina en la boca (a veces, en vez de disfrazar un odre, utilizaban un pelele), lo cual transportaban por al pradera precedidos de clarines y tambores, en medio de cantos lúgubres a imitación de un entierro. Después de varias vueltas, enterraban la sardina y terminaban la fiesta merendando y bebiendo el vino del odre.

Esto de enterrar una sardina en un periodo en el que se debía de enterrar la carne, parece un contrasentido. Pero tiene su explicación: anteriormente se daba el nombre de sardina al esquinazo del cerdo, y éste resto de las pantagruélicas fiestas es lo que se enterraba.

Ya lo decía Juan del Encina en una de sus obras: "Hoy comamos y bebamos / y cantemos y holguemos / que mañana ayunaremos".


También el mundo animal se suma al Carnaval. Ahí tenemos a esos magníficos ejemplares de raza holandesa con las ubres llenas del blanco alimento.

Los participantes a ese entierro madrileño también llevaban vejigas infladas (en Estella se llaman "botarrinas"), y palos de cuyo extremo colgaba un hilo del que pendía un higo. Con otro palo pegaban sobre el anterior para que el higo bailara, y lo ofrecían para que niños e incautos, sin utilizar las manos, intentaran cogerlo con los dientes. Estos, cuando estaban a punto de lograrlo, en vez de higo recibían un golpe de palo en la boca.

A ese juego le denominaban del "higuí", y con los mismos componentes y en la misma forma se celebraba en Estella, de manera que el juego del "higuico" era lo que caracterizaba al Carnaval estellés.

A pesar de los palos, en Madrid y en Estella éramos civilizados si nos comparamos con otros pueblos. En Labastida, por ejemplo, al menor descuido introducían en la boca del incauto la punta de un palo untado en excremento.

En Pamplona parece ser que era ceniza lo que echaban en la cara del que pugnaba por coger el higo con la boca.


Tampoco podía faltar la representación veneciana, con su lujo y su máscara. Está adquiriendo tanta fama nuestra fiesta, que todas las naciones envían sus embajadores.

La Italia del Renacimiento, en su esfuerzo por recuperar el mundo clásico, impulsó el desarrollo de la fiesta dándole un sentido de reconstrucción del paganismo. De allí llegó el Carnaval cortesano y de salón, con sus trajes y caretas, que poco a poco fue imponiéndose.

Después, entre un racionalismo que rechazaba las fuerzas sobrenaturales a las que estaba sometida la vida en épocas pasadas, y los deseos de modernidad de la sociedad de finales del XIX y principios del XX, lo dejaron casi moribundo y olvidado.

Aprovechando sus horas bajas acabó con él el franquismo, imponiendo en España el espíritu de la Cruzada, y mostrando más efectividad que la Inquisición de la España de la Reforma, la cual, desde 1523 por lo menos, intentó suprimirlo sin resultado.

Sólo se mantuvo en Tolosa, Guipúzcoa, gracias a la estratagema del ayuntamiento carlista de la época. En 1937 celebraron los Carnavales y, llamado a capítulo por el Gobernador Civil, el Alcalde carlista los jutificó diciendo que lo que esos días se había celebrado era la liberación de Málaga, lo que dejó al representante de Franco sin argumentos. A partir de ese año, los Carnavales tolosarras continuaron como Fiestas de Primavera.


Porque como comentan estas dos niñas, quien ve el Carnaval de Estella sólo echa en falta los de Tenerife, Río y Bahía, y no tanto por el espectáculo, sino por la temperatura.

Del desierto de la pos-guerra sólo quedó en Navarra, como solitario oasis, el Carnaval de Lanz, las mascaradas, y formas de celebración simple, como son los "zampantzar", de todo lo cual hablaré en otra ocasión.

Casi todo lo demás son invenciones estructuradas en base a lejanos recuerdos, las cuales tienen un gran valor plástico y ambiental, pero carecen, a mi juicio, de rigor.

Se da la paradoja de que mientras las representaciones del Carnaval auténtico que han llegado hasta nosotros (Lanz, Valcarlos, mascaradas suletinas y poco más) se simplifican a base de reducir sus componentes y sus "escenas", los Carnavales recuperados tienden a la complejidad. Pero de todo ello hablaré, también, en otro reportaje.

Febrero 2005

Para saber más: "El Carnaval", de Julio Caro Baroja.

Si desea ser avisado de las novedades del sitio, SUSCRÍBASE.


 
© Javier Hermoso de Mendoza